Mi culpa, tu culpa, la gran culpa

Lorena Ballesteros

 El 25 de diciembre acudimos a misa en familia. Durante el sermón del sacerdote, mi esposo no pudo evitar hacer un comentario: “ni en Navidad nos libramos del discurso de la culpa”. Sus palabras me calaron profundamente. No pude dejar de pensar en esa emoción negativa que constantemente nos invade a todos los seres humanos, una que va más allá de las creencias religiosas, políticas o sociales. Los seres humanos vivimos atemorizados de romper normas establecidas o de caer en vergüenza. Para no caer en ‘desgracia’ desarrollamos mecanismos de defensa (ofensivos) que solo evidencian, aun más, las culpas que cargamos.

El sermón del sacerdote se refirió a quienes llegan a casa a discutir con sus familiares, a quienes pierden la paciencia por cosas insignificantes, a quienes valoran más lo material que lo espiritual. Como quien dice: “A Dios rogando y con el palo dando”. También hizo énfasis en el verdadero significado de la Navidad, uno que ha quedado relegado por la idolatría al ‘viejo panzón’ y la mercadotecnia.

Indudablemente todos los fieles empequeñecimos frente a sus palabras. ¿Quién no deseó recibir un obsequio en esta Navidad? ¿Quién no tomó las cartas que escribieron sus hijos a Papá Noel e intentó cumplir la mayoría de sus deseos? ¿Quién no salió a comprarse una prenda navideña para tomarse la foto y colgarla en Instagram? ¿Quién no vociferó todos los insultos posibles mientras se atoraba en el tráfico de diciembre, apurado por llegar al décimo evento navideño de la temporada? Después de esta reflexión, ¡imposible no sentir un ápice de culpa!

Sin embargo, no deja de rondar en mi mente la posibilidad de dejar la culpa de lado y trabajar en emociones más positivas, unas que nos permitan levantar la cabeza, en lugar de agacharla. ¿Por qué debemos sentirnos así? Pasan siglos y la culpa no nos ha transformado como sociedad. De hecho, tanto machacamiento y humillación ha devenido en indiferencia o incluso rebeldía.

La culpa nos carcome, pero no nos hace más proactivos. Madres y padres vivimos con el corazón encogido por las jornadas laborales que nos alejan de nuestros hijos. En lugar de replanificar cantidad por calidad, formamos niños sin límites, con posibilidad de hacer todo lo que se les viene en gana. La culpa de no dar prioridad al familiar enfermo sobre otras tareas se evade con una lista de excusas en la que encabeza “tú no sabes cómo es mi vida”. La de comprar compulsivamente se justifica con “trabajo muy duro para permitírmelo”.

Por eso, en este 2023, digamos: “fuera culpas”, las mías, las tuyas, las de todos. Hagámonos cargo de nuestras acciones, sin mirar las ajenas. No ridiculicemos, ni señalemos al otro. No busquemos culpables, simplemente seamos más responsables.