Mejía, libro y patrimonio quiteño

El ‘Patrón Mejía’ es uno de los colegios emblemáticos más queridos de Quito. Su nombre hace honor a José Mejía Lequerica, prócer quiteño que brilló en Europa como el mejor diputado del mundo en las Cortes de Cádiz y cuyas luces alumbraron las constituciones de Quito y Cádiz en febrero y marzo de 1812, respectivamente. Mejía fue siempre fiel al Procerato de Quito, como lo constatan los informes del realista Joaquín de Molina que condenaron a la Revolución Quiteña del 10 de Agosto de 1809.  El talento de Mejía, desde su infancia, fue reconocido por el precursor Eugenio Espejo, su mentor y cuñado.

‘Sapere aude’, libro de  Juan Carlos Erazo Ballesteros, retrata, con un profundo sentido de pertenencia colegial, la identidad del Instituto Nacional Mejía fundado en 1897. La heráldica, el himno, las publicaciones, los reconocimientos nacionales e internacionales, los académicos, políticos y artistas famosos de esa institución entrañable alimentan a esta obra. ¿Sabía el lector que Antonio Salgado Aguirre, ex docente, fue el autor del famoso monumento La Insidia, tristemente vandalizado y del cual esperamos, hasta la fecha, su restauración? Isabel Robalino Bolle, destacada académica que perteneció a la Comisión Nacional Anticorrupción, se graduó en el Mejía en 1936. “Las puertas del Mejía nunca estuvieron cerradas para las mujeres”, sostiene Erazo, al aclarar que con Velasco Ibarra se estableció la separación de géneros en algunos planteles.

El libro nombra a Valdemar de Korab, a Manuel María Sánchez, Galo Plaza Lasso, Carlos Andrade Marín, uno de sus ilustres rectores y exalcalde de Quito, así como al general Paco Moncayo y otros. Prestigiosos escritores transitan en ‘Sapere aude’, entre ellos: Francisco Acosta Yépez, Jorge Enrique Adoum, Jorge Carrera Andrade, Simón Zavala, Alfonso Murriagui, Alejandro Carrión. La hermosa edificación del Mejía, inaugurada en 1936, sufre serios deterioros. Urge la acción real impostergable del Ministerio de Educación y otras instituciones para defender esta joya patrimonial quiteña, legado de José Mejía Lequerica, ejemplo y eterna luz.

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