El desempleo y la generación delulu

Martín Riofrío Cordero

En la actualidad, los jóvenes nos enfrentamos a un horizonte laboral incierto. La estabilidad, para muchos, es un término que suena lejano. Parece que prepararse para la vida con una sólida base de estudios (pregrado, maestría, doctorado) ya no es garantía de éxito. Pues vemos dos fenómenos que se repiten una y otra vez a nuestro alrededor: el primero, el de los jóvenes que no encuentran empleo por falta de experiencia en el currículum. Muchos tienen preparación académica: título universitario, incluso maestría. Pero no basta. Cuando se presentan a una propuesta laboral, al examinar los empleadores su hoja de vida, responden lo siguiente: ‘‘No tiene la experiencia necesaria para el puesto’’. Conozco un caso en particular de  un joven que con estudios de posgrado fuera del país, tuvo que eliminar sus estudios de su currículum para poder acceder a un empleo de cajero de supermercado. Es un trabajo digno, sin duda, pero no se corresponde con su preparación. Esta anécdota forma parte del segundo fenómeno: la sobrecapacitación.

Entonces nos topamos a dos tipos de población joven que se juntan en el camino: quienes tienen la preparación necesaria pero no la experiencia, y quienes, producto de la falta de empleo, tienen que conformarse con cargos que no se corresponden a su preparación. Mintiendo incluso sobre ello. Caso contrario, la respuesta que reciben es: ‘‘Usted está sobrecalificado’’.

Esta frustración creciente en la juventud, sobre todo para quienes rondamos los veinte en esta década, ha dado paso a la filosofía ‘‘delulu’’. Esta filosofía, que pretende ser el alma de nuestra generación, se basa en la manifestación. “Autoengañarse es la solución’’, dice al referirse a este término el periodista español Carlos Megía. En pocas palabras: tienes que manifestar las cosas para que sucedan, atraerlas. Creer en que lo imposible sea posible a través de un estado mental y emocional que bien se podría traducir en la premisa paulocoelhiana de que si deseas con suficiente ímpetu lo que quieres: ‘‘El universo conspirará a tu favor’’.

Nos encontramos, de este modo, ante una renovación de la autoayuda. Que puede ser útil, desde luego, pues mantener la mente positiva y los ánimos en buen estado incluso nos ayuda a lidiar con los desafíos y eleva nuestro sistema inmunológico, lo cual hace que nuestro cuerpo combata enfermedades con mayor eficacia. Pero que, sin embargo, no soluciona el problema de raíz: la falta de oportunidades para los jóvenes. El empleo no llegará con el solo hecho de manifestarlo. Tienen que haber políticas necesarias para que se dé. Por eso, insisto, como dije en otra columna, que el Estado debe dar algún tipo de ayuda a los jóvenes para que desarrollen sus proyectos laborales y vitales. De nada sirve partirse el lomo trabajando si no hay las condiciones adecuadas para que el trabajador, en este caso joven, desarrolle una vida próspera. Hay casos aislados de éxito: sí. Pero al momento de hablar de una comunidad no podemos fijarnos en uno de miles.

 Hay que pedirle al Estado que dé condiciones adecuadas para que las nuevas generaciones, el futuro del país, puedan forjar vidas dignas para sus futuras familias y sus futuros hijos. Esto no sólo es pensar en el presente. Sino también en el futuro.