La novela como traducción del mundo

Martín Riofrío Cordero

 Durante las últimas semanas de enero, alternando entre varias lecturas, leí una novela del escritor español Rafael Argullol: ‘La razón del mal’, (Premio Nadal 1993), y no pude evitar pensar en cómo, el cuerpo de esta ficción, refleja muy bien lo que es un país en crisis. No me refiero con esto a una crisis común, pues bien sabemos que hoy en día gran parte del mundo está en crisis. Me refiero, más bien, a una crisis de carácter urgente. Como lo fue la pandemia y como lo es, a su vez, la crisis que vivimos ahora en el Ecuador, que aunque viene ya de años, ha explotado, oficialmente, con la declaratoria de guerra por parte del Estado.

La novela de Argullol se sitúa en una ciudad occidental -de nombre no determinado-, cosmopolita, próspera, donde sus habitantes parecen haber logrado el equilibrio suficiente para el bienestar general. En este contexto, surgen dos personajes: el protagonista, Víctor Ribera, notable fotógrafo que de cuando en cuando colabora con la prensa, y el doctor David Aldrey, psiquiatra y amigo con el cual David se reúne todas las semanas, en el restaurante de siempre, a hablar prácticamente de los mismos temas. Un día, en una de estas comidas, Aldrey le confiesa a Víctor que ha sido testigo, en las últimas semanas, de un fenómeno extraño. Han llegado, cada vez con mayor frecuencia, pacientes con la misma patología: gente que ha perdido la voluntad de vivir, y por consecuencia, ha quedado idiotizada. ‘‘Es como si sus almas hubieran muerto’’, le confiesa Aldrey a Ribera. Son definidos como ‘‘los exánimes’’. Dicho esto, el fotógrafo siente una profunda curiosidad y comienza a averiguar entre sus contactos de la prensa. Nadie le dice nada. Frente al silencio de los diarios y las autoridades, y el crecimiento de esta indefinible enfermedad (no ha podido ser detectada por ningún estudio clínico), Víctor decide averiguar por sí mismo. Mueve sus hilos, y de un momento a otro, descubre que tanto el gobierno como el director del medio con el que colabora estaban enterados, pero callan por acuerdo mutuo. Sin embargo, cuando se vuelve incontenible, todo estalla, sumiendo a todos en una gran histeria colectiva.

La novela, cuando fue publicada, fue definida como una distopía. Pero viendo los acontecimientos del mundo de hoy, 31 años después, confirmamos que lo planteado en ella se ha hecho realidad.

La novela es una traducción del mundo, me digo.

Hay, principalmente, cuatro enfoques que se encuentran en el libro que definen muy bien lo que estamos viviendo en el país. El enfoque político, el enfoque periodístico, el racional, y el mítico-atávico. Todos se interrelacionan y todos están presentes en el Ecuador de hoy. El primero, el político, tiene que ver con las decisiones que favorecen al poder de turno: la información que se le da al pueblo, las decisiones gubernamentales, las medidas que se toman. El segundo, el periodístico, tiene que ver con algo de lo que ya hemos sido testigos: algunos medios -no todos- cobran por lo que dicen y cobran por lo que callan (ya sea al gobierno, o a otros grupos de interés). El tercero, el racional, nos habla de todos aquellos, expertos o inexpertos, que intentan describir el presente y el futuro en base a la razón, a los hechos que nos dio el pasado, y a los indicios que nos da el futuro. Tal es el caso del doctor Aldrey, que en la novela, intenta entender la crisis con la base de la ciencia. Pero no lo logra. Porque hay cosas que se nos escapan de las manos. Hechos que no están sujetos a lo racional, sino a algo que desconocemos. Y aquí es donde viene el cuarto enfoque, el mítico-atávico. Este último se refiere a cuando perdemos la esperanza en la ciencia, en el conocimiento, y en la razón. Y producto de ello sufrimos una especie de hipocondría social: estamos desesperados, y queremos respuestas rápidas, porque somos adictos a lo inmediato, y complacientes, y recurrimos a lo mítico-atávico: la superstición, la religión, todo aquello que nos hable del futuro.

Todos estos enfoques están presentes en la guerra que hoy vivimos.

La realidad y la ficción son dos caras de la misma moneda.