La cuestión judía

Manuel Castro M.

Se afirma con fundamento que es más fácil vencer a un ejército que vencer un prejuicio. El mundo mantiene prejuicios raciales, religiosos, culturales. En la antigüedad se llamaba ignorantes a los que sostenían que la tierra no era “plana”, pues así lo habían decretado  gobernantes y sacerdotes. Se quemaba a las personas que tenían conocimientos sobre cuestiones naturales, acusándolas de brujos y brujas. En la Colonia, en América, muchos conquistadores sostenían que sus salvajes habitantes no tenían alma. En el Ecuador, ya convertido en República, se consideraba racialmente inferiores a los indios, y no había fuerza que logre cambiar dichos criterios. Y el mayor de los prejuicios: la supuesta inferioridad de la mujer frente al varón, tanto que se acuñó una frase: “Al que Dios quiso, hombre le hizo”, frase machista que se la formuló sin consultar al Creador y a la Historia.

La ciencia, la biología ha avanzado lo suficiente para desechar el concepto de ‘raza’, cuando lo que existen son troncos étnicos, que no se pueden clasificar como superiores ni como inferiores. Los judíos por su carácter individual y sus actividades productivas han sido admirados y perseguidos. En una Enciclopedia Internacional se sostiene “Que entre las características más salientes de la raza hebrea hay que citar la acentuada aversión al trabajo corporal que signifique fatiga; espíritu de familia muy pronunciado…ánimo esforzado, propio de profetas y de mártires…actitud extraordinaria para resistir adversidades…especulación especialmente en asuntos de dinero”. Leyendo detenidamente se ve que todos los humanos, más o menos, seríamos hebreos. La generalización de las características de una vieja cultura es un prejuicio. Y los prejuicios son una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, de algo que se conoce mal.

En el año de 1920 Henry Ford escribió ‘El judío internacional’, sobre el poder político, el predominio financiero y comercial, la monopolización de todas las necesidades de la vida, la influencia arbitraria en la prensa, por parte de los judíos en los Estados Unidos. La solución que exigía es extirpar de la sociedad americana la influencia judía. Y remata que tarde o temprano se llegará a una solución práctica sobre la cuestión judía.  De tales ideas, de un exitoso hombre de la industria, el comercio y las finanzas, el nazismo se aprovechó y dio ocasión entre otras causas a la II Guerra Mundial, con la agravante de la ‘Solución Final’: el asesinato de seis millones de judíos.