Mano dura

La imagen política de Guillermo Lasso, después de 11 meses en Carondelet, pasa por su peor momento de credibilidad. Utilizar un lenguaje procaz para referirse a otro banquero (Fidel Egas), que según el discurso oficial, “no paga impuestos en Ecuador”, amerita un formidable análisis semiológico. Esto al unísono con el anuncio de eliminar el uso de mascarilla para foguear el concepto de clausura de la pandemia por el covid-19.

A la par, le reclamaríamos el escape consentido de Jorge Glas y los centenares de muertes violentas que no paran en las calles. Le preguntaríamos: ¿cuándo se cobrarán las deudas a los morosos de la Corporación Financiera Nacional y del IESS? Y, si la economía tiene signos de recuperación como dicen, ¿cuándo se inaugurarán los programas sociales y la obra pública: la reconstrucción de carreteras, puentes, escuelas y el abastecimiento de medicinas en hospitales? ¿Cuándo el Registro Civil y la Agencia  Nacional de Tránsito tendrán insumos para comenzar a trabajar?

Todos los problemas del país parecen resolverse a base de la estrategia del cambio de gabinete, como en los tiempos de Lenin Moreno. Sin brújula ni resultados positivos, ni reflexión en las consecuencias de la corrupción del correato enquistado en esa estructura de mandos medios, se reinventan ministros y rostros en Defensa, Energía, Derechos Humanos y Agricultura. ¿Improvisación o evaluación?

Podemos observar que la milicia dejó de ser el arte de la disciplina desde hace más de una década. Que el narcotráfico corroe el honor y la unidad de las FFAA y la Policía. Que el correato agregó el monstruo del odio y la división clasista en las instituciones armadas. Que persiste la tesis de militares intocables a pesar de las nóminas en captadoras de dinero ilegal y en la irregular venta de fusiles y balas. Intuimos que regresarán los apagones si continúa la erosión del río Coca que afectará la gran hidroeléctrica. Que la explotación minera no tendrá cabida en un pueblo organizado, en zonas de agua de riego para el agro y la ganadería. Que un cambio social es posible si se aplica una reforma agraria humanizada que garantice la soberanía alimentaria y calidad de vida del campo y la ciudad. Que sin mano dura ni ideas no hay cambios.  

[email protected]
@kleber_mantilla