Los europeos ‘civilizaron’ al expresidente

La reciente conferencia que dictó el expresidente Rafael Correa en Francia —que tanta polémica despertó— resulta decepcionante tanto para sus opositores como para sus simpatizantes. No por el contenido —previsible— sino por lo feliz que se lo veía dictándola; queda claro que no está sufriendo por no estar dando pelea en su país, sino haciendo lo que en verdad le gusta: cosechando aplausos de los nuevos ‘civilizadores’.

A la Europa contemporánea le gusta presentarse como un continente que tras siglos de guerra y de tiranos entendió finalmente que la democracia —‘su’ democracia— es lo mejor, cuando en verdad es un continente cuyo corazón fue conquistado, desmembrado y reeducado por dos potencias extraeuropeas tan violentas como ricas; y luego ese corazón sedujo al resto de países europeos hacia el mismo sistema. Europa propugna un mundo que gire alrededor de tecnología, democracia y razón porque saben que en ese entorno tienen las de ganar; en contraste, en un mundo caótico y atomizado se requieren recursos naturales, sentido de nación, juventud y conciencia de la eficacia fundante de la violencia — justo lo que la Europa contemporánea se encargó durante décadas de extirpar sistemáticamente de su alma—.

A su vez, a Correa le encanta que lo escuchen; y como quien habla mucho poco observa, el expresidente siempre fue presa fácil para los traidores, oportunistas e intrigantes, que lo embelesaban apenas oyéndolo. Eso es lo que han hecho con él los gobiernos europeos: domesticarlo. Pasó de ser un potencial líder nacionalista incómodo para ellos, a un dócil consultor internacional —incluso lograron que olvidara la traición a la iniciativa Yasuní-ITT, las intromisiones de parlamentarios y de oenegés, las humillaciones a manos de las petroleras europeas, la aleccionadora negociación del acuerdo comercial, etc.—.

Nunca será agradable ver a un expresidente nuestro reducido a entretenimiento culto de cipayos (esos a los que Rusia prohibió ser funcionarios de Estado) y de neocivilizadores que nunca han dejado de menospreciarlo. Lamentablemente, cuando le llegó el momento de enfrentar, en nombre de sus convicciones, la cárcel —como sí lo hicieron en su momento Castro, Lula, Mujica, Chávez y demás líderes a los que decía admirar— o las privaciones —como con tanta dignidad lo hicieron Velasco Ibarra o Assad Bucaram— optó por no dar la talla y vivir de las dádivas europeas, rusas, mexicanas y demás, en un mundito en el que, como él bien sabe, nada es gratis.