Los escorpiones suicidas

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No se sabe si sentir extrañeza o directamente repulsión por esos escorpiones de nuestra política que buscan clavar el aguijón en el dorso de la rana que les podría salvar de la muerte. Que los depredadores de oficio, anhelantes de su propia pitanza y conservación traten de comerse a la rana, suena explicable; pero las personas conscientes de la crisis que nos agobia, en general racionales y discretas se conviertan en escorpiones suicidas, no. En estos momentos apoyar la desquiciada petición de revocatoria del Presidente de la República significa dirigir al Ecuador por el camino de la anarquía, como primera etapa, y de la dictadura radical como segunda y última.

Nadie puede negar que el presidente ha cometido errores —¿quién no?— pero con sensatez debemos reconocer que en este período ha recrudecido esa malévola característica de nuestra política, el obstruccionismo de los legisladores, elemento axial de la ingobernabilidad crónica que nos agobia. Piensen los revocadores cómo habría evolucionado el país con una Asamblea colaboradora, no sumisa, pero sí abierta a buscar soluciones para el océano de males heredados de la década cancerígena.

Los analistas más honestos y clarividentes advertían que para salir del abismo necesitaríamos por lo menos diez años; basta constatar la pléyade de beneficiarios del anterior régimen que pululan en todos los ámbitos de la administración, de la justicia… para medir las dificultades en el cambio de rumbo del Estado y de la sociedad. Todos esos mercachifles de la burocracia deben estar saltando de gusto por la posibilidad de sacar al presidente y volver a poner a uno de sus líderes no solo permisivos sino infectos de la misma enfermedad: la codicia.

Dicen que los países nunca tocan fondo, que las sociedades fallidas siempre pueden empeorar. En el Ecuador, en lugar de remar todos en la misma dirección, sabedores de que lo mejor es enemigo de lo bueno, los escorpiones suicidas se empeñan en torpedear al gobierno para, obtusos e ineptos, caer de la sartén al fuego. Todavía es tiempo de enmendar conductas.