La muerte digna y la vida célebre

Lorena Ballesteros

Conocí a Paola Roldán cuando teníamos alrededor de 11 años. Fue en catequesis. Lunes tras lunes nos vimos durante años. En la secundaria, cuando los grupos de distintos colegios se juntaban en fiestas, ya nos considerábamos amigas. La Pao fue una de esas amistades de la vida. De esas que son como luciérnagas. Pues, aunque la luz se apague, las recuerdas con un cariño inmenso. Ya en la adultez, cuando coincidíamos, hablábamos de sus viajes, de los amores, de yoga, de la meditación, de la necesidad de comer saludablemente, de la urgencia de encontrar paz interior… En sus últimos años la Pao fortaleció su espíritu, se unió a su pareja actual y se convirtió en madre. Lastimosamente sus días en estos roles fueron muy pocos.

La vida nos volvió a unir cuando su salud comenzó a dar señales de alarma. Ella buscaba productos biodegradables y sin químicos para la limpieza de su hogar. Había superado un cáncer de piel y quería tomar precauciones. Sin embargo, algo más le aquejaba.  Al poco tiempo le diagnosticaron ELA. Tras su diagnóstico se fue a Estados Unidos y por un año no supe más de ella. De repente me contactó; necesitaba productos nuevamente. No supe cómo reaccionar. A mi pregunta de “¿Cómo estás?” me dijo “muy bien”. Atendí su pedido y por meses nunca me atreví a decir más. La Pao siempre fue de carácter fuerte, como quien dice “bien parada”, de esas damas de hierro, pero, tenía un corazón de melcocha.

Nuestros mensajes transaccionales continuaron. Hasta que hace dos años recibí una llamada suya. Escuché su voz. Era ella, entrecortada, con poco aliento, pero ella. Hablamos más de treinta minutos. Me contó sobre su libro. Estaba entusiasmada y quería promoverlo, llegar a la mayor cantidad de lectores posibles. Estaba convencida de que su historia tenía la capacidad de empoderar a otras personas en estuviesen en circunstancias similares. Pero ella no quería aparecer frente a cámaras, ni en fotos. No quería que le tuvieran lástima. Cuando colgamos nuestra llamada lloré desconsoladamente. Su voz, su firmeza, su entereza me aniquilaron.

La Pao nos dio lecciones a todos, incluso a los que no estábamos en su día a día, incluso a quienes no la conocieron. Luchó contra sí misma. Se desató las amarras. Se quitó el escudo. Y se fue a batallar en las grandes ligas. Esa mujer que un día me dijo que no quería exponerse, se convirtió en el titular de medios internacionales.

En tan solo dos años la Pao escribió y publicó un libro. Planificó su partida. Vivió experiencias únicas en familia. Le preparó un baúl de recuerdos a su hijo. Y los demás nos dejó un legado importantísimo: la posibilidad de una muerte digna, pero con un mensaje fundamental, el de celebrar la vida hasta el final.