La religión católica y la mujer (VI y final)

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En la Baja Edad Media se contaba en Francia un cuento cuyo protagonista era la vaca Chichevache que tenía la característica de alimentarse con carne de mujeres sumisas a sus maridos, pero se daba el caso de que estaba en ayunas por doscientos años. ¿Machismo? Este cuento perdió gran parte de su sustento con la llegada del llamado Renacimiento, pues en esta nueva época creció de manera desmesurada la influencia de Aristóteles y del Derecho Romano y disminuyó la de la Iglesia Católica. Aristóteles sostenía que la mujer era incapaz de regirse por sí misma, al igual que los niños y los esclavos; el Derecho Romano establecía el dominio del esposo sobre la esposa en varios aspectos (la “manu”). Desde entonces y hasta el siglo XIX la situación de la mujer decayó a grandes rasgos, sin que faltaran elementos positivos.

A pesar de ese clima cultural, en el Renacimiento sí vivieron mujeres destacadas y cultas, pues la influencia de la religión católica no desapareció. Con el paso del tiempo, en la misma Iglesia surgieron comunidades religiosas femeninas dedicadas a la educación femenina y a amparar a chicas huérfanas. El primer instituto de vida consagrada femenina de nuestro país fue el de las Madres Marianitas, fundado por la beata Mercedes de Jesús Molina en Riobamba en 1873 para la protección y educación de niñas huérfanas y pobres (su conmemoración es el 12 de junio).

En esa misma época se abrieron en varias ciudades ecuatorianas colegios para la educación de las niñas regentados por religiosas católicas. También se dio inicio a la inserción de la mujer en el mundo laboral, pues no daban clases solo las monjas sino también señoras seglares. Además, se fundaron secciones “normales” para preparar maestras indígenas en varios de los colegios femeninos. En la Universidad Central se abrió la carrera de Obstetricia, lo cual significó no solo un avance enorme en el cuidado de la madre, sino la posibilidad de especialización para las mujeres. Todo esto bajo el gobierno del católico Gabriel García Moreno y con el aval de la Iglesia.