La política del espectáculo

Pablo Escandón Montenegro

Tatiana Alvarado hace una reseña del libro ‘La civilización del espectáculo’, de Mario Vargas Llosa, en la cual dice sobre el libro que: “En la política, actores y cantantes han llegado a ocupar cargos importantes y esto debido no tanto a sus aptitudes en el campo, sino a su presencia mediática; han venido a eclipsar el lugar que por siglos había ocupado el «intelectual», cuya tímida intervención en la vida política de hoy no tiene repercusiones. Vargas Llosa considera razones válidas para que esto haya sucedido: la simpatía de generaciones de intelectuales con regímenes totalitarios, la ínfima vigencia que tiene el pensamiento en la civilización del espectáculo y la primacía de las imágenes sobre las ideas. Para el autor, son las artes plásticas las primeras en sentar las bases de la cultura del espectáculo, «confiriendo el estatuto de artistas a ilusionistas que ocultan su […] vacío detrás de […] la supuesta insolencia» (p. 49). Las artes plásticas parecen además haber colaborado en la desaparición de parámetros estéticos”.

Aquí el Nobel peruano tiene puntos coincidentes con Walter Benjamin al decir que la técnica y su reproductibilidad hacen que los totalitarismos, en su caso, el fascismo, se reproduzca tan fácilmente, debido a que son los propios intelectuales, quienes se adhieren a estas posturas extremas, gracias a la banalidad, a la superficialidad y a la liviandad de los contenidos en los medios de comunicación

Y es que es muy cierto, porque la política, por lo menos, en tiempos de campaña adelantada, no es más que una búsqueda de rating, de notoriedad, de estar en programas de populismo mediático como los de farándula, o en varios de los espacios radiales, en donde las secciones de cuentachistes incluyen las visitas de los candidatos. O mejor dicho, en estos programas radiales, donde no hay una estructura profunda, sino una construcción conversacional de lo que les salga a los locutores del estómago en ese momento, los candidatos ayudan a su improvisación y supuesta chispa divertida.

De acuerdo con lo que dice Vargas Llosa, el meme, como producto visual, hijo, hijastro o entenado de las artes plásticas ayuda a la destrucción del arte. O mejor dicho, a la construcción de una estética completamente chabacana, homogeneizada en todos los países y sin ninguna raigambre local. Porque muchos políticos podrán hablar con acento serrano o costeño, pero no se diferencian de los mexicanos, colombianos o argentinos, ya que repiten la receta, como los programas franquicia de la televisión nacional.

Que la política se convirtió en un espectáculo ya lo sabemos, pero con una estética pobrísima, pues los propios medios más populares tienen solo chismeadores de información, opinólogos de buseta, cómicos de horario, que se constituyen en ‘líderes de opinión’, en donde los políticos no dejan de ir porque allí está el grueso de los votantes.

Hoy sabemos de quién fumó cigarrillos de THC, para saber que mañana otro candidato hace yoga en el páramo y que la única candidata dice que armaba relajo en el colegio. Todos y los demás, son personajes de memes, que pasarán como actores del momento, pero que su discurso tendrá relevos y nuevos intérpretes en esta civilización del espectáculo.

¿Y si no están en el espectáculo? Tampoco están en la mente de los votantes. Entonces hay que hacer cosas diferentes, tanto con los políticos como con los ‘comunicadores’ para que no sean tan superficiales, pero tampoco tan espesos que aburran.

El espectáculo no es malo, siempre y cuando haga malabares con el pensamiento y los argumentos, para que los actores de esta comedia no solo cuenten chistes, sino que sean verdaderos humoristas o bufones, que se burlan del poder, y con su crítica, lo cambian. Allí radica el verdadero aporte del espectáculo a la civilización y a la política, que no es otra cosa que hablar, debatir y discutir de lo público, que nos es común a todos los ciudadanos.