La OEA

Rodrigo Santillán Peralbo

En círculos políticos de nuestros países, suele afirmarse que la Organización de Estados Americanos —OEA— es en la realidad, el Ministerio de las Colonias de Estados Unidos, como la conceptuó Fidel Castro, hoy ampliado y ejecutado por el uruguayo Luis Almagro, reelegido secretario general el pasado 20 de marzo, con la misión de profundizar la hegemonía imperial para elevar los niveles de dependencia política y económica.

La OEA, en la práctica, es un poderoso instrumento de penetración y dominación geopolítica de la Casa Blanca. Fue fundada en 1948 bajo el liderazgo de Estados Unidos, que se enfrentaba a la Unión Soviética en el marco de lo que se llamaría la ‘Guerra Fría’ que, al diluirse, dejaba a la organización con su gran objetivo contenido en el artículo uno, que establece imponer «un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia».

En la realidad, la OEA no cumplió con sus objetivos al permanecer impasible o favorecer al Reino Unido durante el conflicto bélico que mantuvo con Argentina en 1982 por la disputa de la soberanía sobre el control del archipiélago de las Malvinas, ubicado en el Atlántico Sur que, por lógica geográfica, debe ser parte de Argentina.

En la actualidad se escuchan voces importantes de América Latina que comienzan a exigir que la sede de la OEA salga de Estados Unidos y se ubique en un país latinoamericano o caribeño, como una forma concreta de abandonar el abrigo posesivo del imperio que tiene a la organización como una expresión concreta de su ‘patio trasero’.

La OEA solo sirve a los intereses geopolíticos imperiales, razón suficiente para exclamar con Cuba y los pueblos latinoamericanos: “Con OEA o sin OEA ganaremos la pelea”.