La máscara

Eduardo F. Naranjo C.

La especie con más desarrollo de masa gris, en su evolución inventó muchas cosas buenas y malas, entre ellas la máscara. Desde su uso en el teatro griego esta significó la posibilidad de que un actor representara varios papeles. Así en la vida diaria confrontamos con personas que llevan en su bolsa distintas máscaras que les sirven para ocultar oscuras intenciones e inventar rostros para la ocasión.

En la ‘política’ su uso es común, constante y adecuado a cada jugada guiada por las técnicas del márquetin publicitario. Los públicos observan absortos y crédulos los discursos de diferentes tonos que lanzan estos ‘salvadores de la patria’, buscando convertir sus falsas máscaras en verdades.

La máscara esconde y oculta los verdaderos rostros de la comedia humana, haciendo que las multitudes confíen sus vidas a quien, o quienes,  poco importa la gente pero sí el propio beneficio.

El famoso ‘virus’ invisible que asoló el planeta generalizó el uso de máscaras que hoy siguen siendo aprovechadas por todo nivel de delincuentes, desde los que asaltan al conductor ensimismado y desamparado para despojarlo de sus bienes, hasta los que buscan arrancarle la vida, como también lo hacen los oscuros conspiradores para culpar a otros.

Este instrumento de bloqueo del rostro se refleja tanto en el nivel más bajo de la sociedad como en sus élites. Se usa convirtiendo el propio rostro en máscara e inventando un discurso en busca del paraíso, pero en todo caso con máscara física o ‘idealizada’ buscan convencer que por nuestro bien debemos entregar el voto a un benefactor imaginario.

Es necesario usar el fuego cristalino de la lógica para no caer en sorpresas y luego lamentarse. El humano racional debe ser el dueño de su propio destino y no esclavo de su insensatez e ingenuidad, que pueden conducirlo por el rumbo de las falsas creencias y mascaradas sin nombre ni destino.  Al final vivimos una tenebrosa danza de máscaras.