La #ambición de las mujeres

Estos días he logrado abstraerme de una de mis obsesiones más dañinas: la política nacional. El devenir social me genera angustia, insomnio y una responsabilidad que me absorbe. Como si buscar soluciones recayera sobre mí, o peor aún, como si algo que yo pueda hacer o decir a título individual tendría un efecto inmediato en el drama político que vivimos en el Ecuador.

Entonces la lectura de literatura me ayuda a dejar las angustias por un rato y navego por las historias de lo que leo.

Esta vez me sumergí en la famosa obra de Rosa Montero ‘La ridícula idea de no volver a verte’, de 2013, un hilo de exquisitas reflexiones que logra la autora tras haber leído el diario de la científica polaca, ganadora de dos premios Nobel, Marie Curie, y abarca temas diversos, como el amor, el deseo, la muerte, las pérdidas y las ambiciones de las mujeres, además de algo de su propia historia. Montero interpela el rol asignado que tenemos las mujeres en la sociedad y las renuncias que debemos hacer para revertir ese destino, para cooptar esos lugares tradicionalmente asignados a los hombres. Y dice textualmente que “… no es de extrañarse ese caos mental cuando se nos ha educado durante siglos en el convencimiento de que la ambición no es cosa de mujeres”. Yo definitivamente me veo en esas líneas. Salvo que ahora la mayoría de las mujeres reconocemos nuestra ambición y la exhibimos sin tapujos, convencidas que ese es el camino que debemos recorrer para cambiar mucho de lo que no es eficiente en nuestra sociedad.

Y también me sentí reflejada en la angustia de Marie Curie en 1897 cuando quedó embarazada de su primera hija y tuvo que decidir entre su maternidad y su carrera profesional. Ella eligió ambas y sobre ello escribió varias líneas en su diario, justificando su decisión en el proyecto de investigación que estaba desarrollando en conjunto con su esposo. También escribe sobre la culpa de apoyarse en otras personas para el cuidado de su hija y de los ataques de pánico que tenía cuando estaba trabajando en el laboratorio y no estaba con su bebé en casa; e inclusive que llegó a secarse su producción de leche y tuvo que acudir a una nodriza. La culpa, la vergüenza, el miedo que persigue a las mujeres que queremos ocupar los dos mundos.

Ese debate al que se enfrentó la gran Marie Curie, lo seguimos disputando las mujeres ambiciosas —para fortuna nuestra y del mundo— 125 años después.