La primera tarea

Kléber Mantilla Cisneros

La seguridad y protección de los expresidentes es una entelequia llena de insensatez e injusticia que nos cuesta millares de dólares por los pagos a militares y policías, la incierta movilidad interna y tantos inesperados viajes al extranjero. A la salida, Guillermo Lasso vuelve a replicar la campana de la soberbia como Rafael Correa lo hizo cuando quería protección para continuar una vida de ‘rockstar’ después de su escandaloso gobierno plagado por prepotencia y autoritarismo. Hasta parecen mellizos que bien podrían compartir habitación en un hospital psiquiátrico o en alguna mazmorra medieval.

Ese lamebotismo de entregar premios, medallas y condecoraciones, a horas del ‘the end’, por ineptos y corruptos, es más obsceno que embarazo de gemelos en claustro. Recordemos cuando le echaron de Washington, al entonces embajador Luis Gallegos, por la filtración de unos cables comprometedores de Wikileaks que involucraban a policías corruptos; ahí, como cuando al titular del poder electoral, Juan Pablo Pozo, luego de unas elecciones fraudulentas, Rafael Correa los condecoró como patriotas. Más bochornoso y sátiro cuando colocaron una estatua del argentino Néstor Kirchner, en la Mitad del Mundo; y, más tarde, su esposa Cristina, fue condecorada como heroína, en medio de una explosión de escándalos de corrupción. En esa locura de negocios lisonjeros y el poder político, hasta a un tal Jorge Chérrez, principal caco de una trama de sobornos y lavado de dinero de la Policía, lo premiaron.

Ahora, Guillermo Lasso reparte condecoraciones y parece que viviera en otra dimensión, ajeno a una guerra tácita perdida, desconocedor del récord histórico de casi 7 mil asesinatos este año y la crueldad imparable del narcotráfico. Cazando tilingos, él premia la indefención ciudadana en su flemática cartera de Defensa, el laberinto de los pésimos servicios de salud y la gran cantidad de fármacos adulterados; la escasa o nula construcción de viviendas, la sanguinaria crisis carcelaria y el epílogo del

ahorcamiento de alias ‘Anchundia’, la atosigante llegada de más venezolanos y ese confort del Tren de Aragua aquí. Toda la arrogancia lassista descompuesta y agazapados bajo el umbral de Carondelet.

Esto, lo último, a través del premio procaz a Sebastián Corral, el empresario de televisión a cargo de revertir la imagen moribunda, testaruda, vacía y agotada. El panorama desolador de un zombi incompetente en discoteca entre apagones eléctricos, la obscuridad omnipresente, iliquidez financiera, endeudamiento acumulado y severos casos de corrupción irresueltos; incluido el del cuñis Danilo Carrera. Cínicamente, él, Lasso, pide gastar en su protección y resguardo para los próximos años. ¡Indignación y estremecimiento!  Piensa acaso que ¿no sabemos el país que heredamos? ¿No será la primera tarea que tiene Daniel Noboa para derogar lo absurdo? Creería que sí.

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