Glas y Correa: dupla del mal

Kléber Mantilla Cisneros

Ningún ‘influjo síquico’ en sus sentencias. Más bien, la doctrina tropical inacabada de una pareja de granujas que se han dado de sabidos desde 2007. Hoy, bañados en ríos de tinta de periódicos y en la sangre de tugurios controlados por narcos desde su origen en la apertura a la guerrilla, cuando financió una primera campaña política. Hoy, hay toneladas de pruebas inculpatorias, que las tácticas militares y judiciales tendrán que resolver. Un binomio estrafalario de la estafa pública; fabricado para delinquir entre sobornos, fraudes y grandes mentiras; gestores y dueños de la narcocracia: de una pandilla de atracadores y las caravanas de trolls; de ese fanatismo a tropel en las últimas horas de su ocaso.

Hoy, en las Cortes de Estados Unidos leen titulares de suspenso: un contralor, Carlos Pólit, que revelará el engranaje completo en la trama mafiosa de Odebrecht. Lo más próximo a las tinieblas de preferirse muertos o presos; cerca al final, a la extinción de la trasnochada ‘Robolución Ciudadana’ que ya comenzó a desmoronarse en súbito. ¿Malhechores incriminados? Sí. La captura de Jorge Glas en la embajada de México sucedió después de su salida de la cárcel pagada por el narcotraficante Leandro Norero; y todo el enlodamiento de la Judicatura explotó en corrupción bajo autoría de Rafael Correa tras los hilos del histriónico Wilmán Terán; los planes bohemios narrados por el vocal Xavier Muñoz por el regreso del prófugo campanero de narcos y la conspiración contra Diana Salazar. Cabeza y lengua de víbora: una reunión en un hotel de Brasil que amenazó la estabilidad de la nación.

Es que Correa se victimiza, miente y odia a la gente que lo escogió, cual traidor simplón enloquecido. Su llamada a la guerra a México y un caos económico regional muestra lo ruin de su narcisismo avejentado. Él, viajó por Europa a convencer de hacer daño a los ecuatorianos; por la Rusia invasora de Putin y las oficinas de sus amigos zurdos españoles. Y, pedirle a la OEA destruir Ecuador, invadir Guayaquil, cerrar puertos y aeropuertos. Su huella incendiaria, envenenada, sacó lo peor de la condición humana: delincuente prófugo y traidor de un pueblo. ¿No lucía desalmado, canalla y desesperado? ¿Será por las conexiones con Glas y los delitos compartidos que los atan: asociación ilícita, cohecho, peculado, acoso, traición…?

¿No falta conocer el contenido de los dispositivos electrónicos que le fueron incautados a Glas en la casona azteca de Quito? ¿Dónde están? ¿Dos teléfonos y una laptop que llevarían a nombres y cifras de los viajes? ¿Al gánster y su mafia; a la ruta de los sobornos para la construcción de hidroeléctricas inservibles y refinerías invisibles; a los pagos del narcotráfico a abogados? ¿No será que la inteligencia militar y policial, a estas alturas, ya tiene decodificado, sistematizado y contrastado con el resto de redes de los carteles de la droga? ¿Podremos al fin saber quién dió la orden del último magnicidio?

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