Irán, China, Lima, Buenos Aires

Rosalía Arteaga Serrano

La lista podría ser enorme si, en lugar de mencionar países, lo hacemos con las ciudades o con los pueblos, donde la gente protesta contra sus gobiernos, sea por la corrupción, por las medidas tomadas para enfrentar el COVID-19, por la represión de la “policía de la moralidad” a las mujeres o para derrocar un gobierno impopular.

Las preguntas sobre el porqué de esto pueden ser de índole variada; están inmersas diferentes situaciones y causas, pero en todo caso hay un denominador común: el descontento de las personas con respecto a la forma en la que son gobernadas.

¿Será que los sistemas de gobierno se han agotado, que ni las democracias ni las autocracias, ni los regímenes de derecha ni de izquierda son capaces de satisfacer a los pueblos? ¿Que en todos los sistemas se ha enquistado la corrupción que degrada cualquier forma de gobierno y que corroe la fe popular?

Ni los gobiernos ni los pueblos aprenden del pasado. Nos dejamos seducir por los cantos de sirena de los vendedores de ilusiones que desfilan por los países sin ningún pudor ni rubor, y van dejando una estela de desgarramientos y la angustia de que sus situaciones no mejoran y que la tan anhelada calidad de vida no llega.

Poner todo el poder en apenas unas manos es extremadamente peligroso. Se crean los estadios intocables con la evidencia de que cada vez más se acapara el poder y se deja de lado la capacidad del pueblo de participar en esos espacios, o se traban las luchas de todos contra todos, sin importar a quién se arrasa en el camino, a quien se deja de lado o se atropella.

¡Qué compleja es la situación mundial! Agravada en algunos países en los que el populismo se incardina de una manera tan absurda que nadie es capaz de librar a los pueblos de un destino del que son altamente responsables o por elegir mal o por someterse de manera total al poder. No vale ni lo uno ni lo otro.