Fútbol y moderación

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Carlos Freile

La admiración es una loable virtud; nos saca de nuestro egoísmo y nos abre a los logros de personas sobresalientes en alguna actividad o acción. La admiración es un tributo legítimo al vencedor, al maestro, al guía; quien admira con sencillez se eleva sobre sí mismo. Pero la admiración exagerada tiene consecuencias negativas. Lo vemos en el fútbol: hoy en día muchísimas personas, sobre todo periodistas, brindan un desmesurado tributo de admiración a cierto jugador. Se entiende el reconocimiento de sus logros y valores deportivos, pero no las alabanzas exageradas, sin proporción a los hechos reales.

Aplaudamos la habilidad, pero no caigamos en la ceguera de ignorar los merecimientos de otros jugadores, así como las fallas del ídolo intocable. En este clima de ditirambos altisonantes vale la pena apelar a una virtud muy aplaudida por Aristóteles: la mesura, que debe ir hermanada a la prudencia.

Llama también la atención el contagio casi universal de esta idolatría, cuyas causas y razones no serían difíciles de detectar dada la realidad de los medios de comunicación y de quienes dirigen o influyen mucho en los espacios de opinión deportiva. Todos, o casi todos, compiten en alabanzas al único, insuperable, sin comparación. Las letanías de ditirambos recuerdan las adulaciones de los cortesanos a los reyes absolutos del Antiguo Régimen, que hoy dan náusea. Pareciera que algunos comentaristas deportivos compiten en alabanzas y hasta en lágrimas; además, se rasgan las vestiduras con suprema indignación cuando algún hereje infeliz se atreve a criticar al caudillo futbolístico aunque sea de manera tímida y respetuosa.

Debemos mantener la mesura, la moderación; tampoco nosotros podemos caer en el error de alabar en demasía a nuestros futbolistas. Es deber de honestidad resaltar sus méritos pero también señalar sus defectos; con serenidad analicemos el paso de nuestra selección por el Mundial y saquemos conclusiones, sin fanatismos, ni odios, ni ceguera: con mesura y prudencia. Con esto también les hacemos un bien: impedir que por soberbios no progresen.