Vigencia del cinismo

Franklin Barriga López

Años antes de Cristo, existió en Atenas Diógenes de Sinope, que vivía en una tinaja y que, por sus excentricidades y hasta desfachatez, llamó la atención, aunque a veces tenía destellos que han trascendido hasta la actualidad, en que se le considera uno de los principales filósofos de la antigüedad clásica.

En pro y en contra se puede hablar mucho de este pensador sin obra escrita y al que se le conoce por referencias verbales de sus seguidores o de quienes esculpieron en el barro o en el papiro su legado y, sobre todo, en las anécdotas cuyo campo es propicio no para la rigurosidad histórica sino para la versión acomodaticia, sujeta a quien la relata y a las adulteraciones que impone la marcha del tiempo.

Cuando observaron que este personaje públicamente se masturbaba nada menos que en el máximo recinto civil y religioso de los griegos, como fue el ágora, y ante las imprecaciones que recibía por ese mal proceder, respondió que así como sacia su instinto sexual quisiera combatir el hambre frotándose el vientre.

Esta es una muestra de la Escuela Cínica, de la que Diógenes es una de las figuras más representativas y de la cual hay que rescatar ciertos atisbos de la libertad en época esclavista.

Hoy, se reconoce al cinismo como sinónimo de impudicia o desvergüenza. Parece que esta corriente ha cubierto considerable proporción de los procederes cotidianos, sobre todo en el ámbito político.

Una clara demostración de flagrante cinismo es la del último exmandatario que dejó al país en grave crisis, entre otras pruebas las cifras que exhibió el flamante ministro de Finanzas: expresó –el señor Lasso- la osadía de querer retornar al poder en el 2025. ¿A repetir su ineptitud? Si por relancina allí estuvo, luego de intentos fallidos, el electorado ya no será sorprendido en su credulidad, por cuanto tiene abundantes elementos para rechazar a quien defraudó la confianza popular.