Exigencias sin sentido

Imagina el escenario. Quito. Medio día. Sol canicular. Ventanas cerradas. ¡Porque qué miedo que nos asalten! Sin aire acondicionado y con mascarilla. En el automóvil solo vamos mi hija y yo, pero llevamos puesta la mascarilla. ¡Porque qué miedo que nos multen!

En lo que va de 2021 se ha sancionado a 5.865 personas por el uso indebido de la mascarilla. La multa es de 100 dólares. Una cifra absurda. Me pregunto, ¿quiénes usan mascarilla dentro de sus casas para relacionarse con sus hijos o cónyuges? A menos que alguien tenga el virus, la respuesta es: nadie. Pero los quiteños debemos ahogarnos dentro del vehículo para no esparcir el virus entre los nuestros. Además, quienes usamos lentes, nos jugamos la vida porque conducimos con los anteojos empañados.

Lo más ridículo es que nos multan por conducir sin mascarilla. Y, sin embargo, los aforos en restaurantes y centros comerciales prácticamente no se controlan. Como tampoco se controla que las personas que pasean por estos lugares, efectivamente cubran nariz y boca con su mascarilla. Más de una vez me ha tocado hacer compras junto a ciudadanos que usan su tapabocas ‘a media asta’.

Y mientras la Agencia Metropolitana de Tránsito sigue en sus operativos callejeros, las fiestas de graduación, cumpleaños, bodas y demás, exceden los 100 invitados. Ha llegado la variante Delta y seguro que dentro del vehículo particular vamos protegidos. Pero, me pregunto si así de riguroso es el control de los aforos en el transporte público, en el cual miles de quiteños se desplazan para cumplir con su jornada laboral.

Si la autoridad no es coherente con sus exigencias, la ciudadanía seguirá igual de descarrilada. Seguiré usando la mascarilla dentro de mi vehículo para que no me multen. Pero también lo haré cada vez que esté en un espacio público para mantener un poco de lógica en este sinsentido.