Espiral de violencia

Franklin Barriga López

El 9 de abril de 1948 se desató el ‘Bogotazo’, cuando en la capital de Colombia asesinaron al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, en momentos que salió de su oficina junto a varios amigos, entre ellos Plinio Mendoza Neira, padre de Plinio Apuleyo Mendoza.

A consecuencia de este magnicidio, en Bogotá y otras ciudades de Colombia, se produjeron desmanes de grandes proporciones, como saqueos y destrucciones, en medio de protestas virulentas y represiones no menos intensas. El resultado: cientos de muertos y heridos, aumento de la discordia entre liberales y conservadores, lo que ha sido una constante de larga data en el hermano país, que ha traído millones de afectados, entre asesinados, desplazados, secuestrados y más víctimas.

 Detectaron como autor material del atentado a Juan Roa Sierra, al que capturaron antes de que huyera de la escena del crimen, lo golpearon y arrastraron; dejaron su cadáver en las escalinatas del Capitolio Nacional. Hubo otro linchamiento que tuvo amplia repercusión: a un párroco en el departamento de Tolima, le dieron muerte y asimismo arrastraron su cuerpo por el parque principal de Armero. Gobernaba entonces el conservador Mariano Ospina Pérez.

La escalada bélica interna que el ‘Bogotazo’ ocasionó no ha desaparecido, por cuanto grupos armados siguen perpetrando masacres, homicidios, secuestros y otros hechos atroces. Juliette De Rivero, representante para los Derechos Humanos en Colombia, ha declarado que la situación de violencia  “está empeorando y que lo más importante es que se adopte la política de desmantelamiento de organizaciones criminales”.

La violencia no es ninguna solución para los problemas, más bien los agudiza, ya que asciende en espiral cuando no se la frena de manera oportuna, lección especialmente para Ecuador sobre el que se cierne esta amenaza, a la que hay que neutralizar a tiempo.