Ecuador: promesa incumplida

Manuel Castro M.

En el Ecuador no hay la menor esperanza sobre su futuro. La realidad: la muerte cruzada no conduce a nada positivo; poco tiempo para un plan de gobierno; tal vez volverán los mismos causantes del desbarajuste institucional; al correísmo o populismo solo le interesa el poder y obtener la impunidad de sus ‘capos’, además de que está ideologizado por el denominado  socialismo del siglo XXI; el sector indígena está dividido y sin norte; no hay partido,  movimiento político u organización social que ofrezca un horizonte serio para organizar el país, combatir la inseguridad y obtener réditos económicos; el Consejo de Participación Ciudadana y el de la Judicatura solo tienen  fines políticos ilegítimos: manejar todas las instituciones del control; la justicia está politizada, incluso ahora la constitucional en la cual se tenían grandes esperanzas. En consecuencia, el Ecuador seguirá subdesarrollado y pobre, igual que los otros países latinoamericanos, algunos con gobiernos antidemocráticos y totalitarios como Venezuela, Nicaragua, Cuba; y otros solo de apariencia democrática como México, Argentina, Brasil.

Las causas son históricas por sus propias raíces. El problema indígena nace de que no tienen una identidad claramente latinoamericana, pues no se ha “españolizado en el terreno político”, como han afirmado serios analistas y por su parte nuestras élites políticas, intelectuales no han estudiado a fondo el asunto,  que para ellos el Estado no sea una cosa ajena. La raza determina la posición que se ocupa, hasta hoy. Existe una indefensión entre los americanos, que aprovechan los populistas y los radicales de izquierda, lo que ha conducido al fracaso económico de las sociedades y de las personas.

Los progresos que ha alcanzado el Ecuador en muchos aspectos son innegables pero la fractura e inestabilidad institucional que padece es igual a la de todo el continente. Las injustas jerarquías surgidas de la conquista y de la colonización siguen vigentes y lo grave es que se prolongan.

¿Estamos condenados al subdesarrollo y a la tiranía? No. El fin del atraso será si tenemos una Constitución de Derecho, un Código de la Democracia que fortalezca a y regule a los partidos políticos, una educación ética y moderna y, sobre todo, un pueblo consciente que convierta en realidad el dicho: “La voz del pueblo es la voz de Dios”.