Día Internacional de la Mujer

Pablo Granja

El 8 de Marzo de 1975, la Organización de Naciones Unidas estableció el Día Internacional de la Mujer, como un reconocimiento a la lucha por la igualdad y un estímulo para continuar con su incorporación dentro de una sociedad discriminadora. Esto definitivamente no era una concesión sino corregir la deformación de la estructura social, acostumbrada a creer que solamente el hombre estaba en capacidad de diseñar y conducir el destino de la raza humana, otorgándole a la mujer una actitud pasiva. Craso error, porque a lo largo de la historia ha habido mujeres que se han destacado en todos los campos de la ciencia y la cultura, en la paz como en la guerra. Esta proclamación fue un hito dentro de un proceso de lucha permanente y siempre en desventaja.

Esta epopeya tiene infinidad de episodios, siendo uno de los más antiguos y curiosos – así como seguramente el de la mayor efectividad – el protagonizado por Lisístrata en Grecia, que convocó a una huelga de abstinencia sexual para obligar a los hombres a acabar con una de las tantas guerras de la Antigüedad. En el campo de batalla se destacó Juana de Arco, que elevó la moral de los soldados franceses por su actitud heroica, blandiendo su espada en la primera línea de combate. Y aunque son miles de heroínas anónimas, se debe destacar a ‘las soldaderas’, mujeres que acompañaban a los soldados durante la Revolución Mexicana, encargadas de la cocina y de las prendas, pero también de empuñar los fusiles, aunque tuvieran que hacerlo teniendo a sus hijos al hombro.

En nuestro país se destacan con soberbia altivez las tres Manuelas: Manuela Espejo, Manuela Cañizares y Manuela Sáenz. Y aunque cada una de ellas merece una exaltación individual, tenemos que seguir adelante en éste brevísimo homenaje a quienes se han destacado por vencer la misoginia universal, que mucho se debe a la dominación religiosa, responsable del oscurantismo que se extendió hasta el Renacimiento. En efecto, el Concilio de Nicea del año 325, decidió que la mujer no tenía alma, lo cual fue revertido 12 siglos más tarde, en el Concilio de Trento (1545 – 1563). Producida esta devolución, lo siguiente fue reclamar la igualdad de derechos, principio respaldado por la Revolución Francesa. El derecho al voto fue de las primeras reivindicaciones logradas, iniciando en Nueva Zelanda en 1893. En nuestro país se logró gracias a la extraordinaria lucha emprendida por Doña Matilde Hidalgo de Prócel, convirtiéndose en la primera mujer ecuatoriana en consignar su voto en Ecuador y en América Latina, el 10 de mayo de 1941.

No todos los países miembros de la ONU suscribieron la Declaración de Derechos de la Mujer; se abstuvieron aquellos que aún mantienen prácticas insensatas y crueles como impedirles el acceso a la educación formal; o preservan costumbres aberrantes como la mutilación sexual; razones más que suficientes para unirse a esta lucha inconclusa, inclusive dentro de nuestra sociedad que todavía mantiene algunas deudas pendientes. 

Ya sea por la presencia de la mujer tanto en el campo de batalla como en el de las ideas; o en las luchas dadas en los estrados y tribunas; en la docencia o en la cimentación de la moral en los hogares; empuñando la pluma, el pincel o el azadón; el Día Internacional de la Mujer es un homenaje  más que justo y merecido. 

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