“Una mezcla peligrosa”

Daniel Márquez Soares

Desde hace rato, estaba claro que el presidente Daniel Noboa es una persona de cuidado. La manera como gestionó sus diferencias con la vicepresidenta Verónica Abad, su trato a las fuerzas políticas que se opusieron a sus políticas o lo criticaron, la apresurada declaración de conflicto armado interno y la incursión en la Embajada de México constituyen suficiente evidencia. A ello se le deben sumar también las polémicas legales previas a su carrera política. Es un hombre que, aunque habla poco, golpea duro y, de la forma más inclemente, busca derrotar y sumir en la más absoluta impotencia a aquellos a quienes juzga sus enemigos. Si a ello se le añade su juventud, su casi inexistente carrera política y su nula experiencia como subordinado, es difícil encontrar esperanza de que esa efusividad se reduzca conforme se afianza en el puesto de mayor poder en el país.

Al mismo tiempo, la mayoría del pueblo ecuatoriano acaba de demostrar en la consulta popular su carácter autoritario y sádico. En las preguntas que hubiesen permitido mejorar la economía del país, traer inversión y generar empleo, la respuesta fue un rotundo “no”. En cambio, respondió afirmativamente a todas las que tenían un propósito punitivo y represivo. Es decir, en medio de la crisis de seguridad que atraviesa el país, a la gente no le interesa una pacificación por medio de mayor prosperidad económica y aumento de oportunidades; lo que quiere, eso sí, es “mano dura” y escarmiento. Parecería que más se alegra la masa viendo a los “malos” sufrir que mejorando sus propias condiciones de vida.

La combinación de un mandatario de ese tipo con un electorado de esas características resulta sumamente peligrosa. El pueblo ecuatoriano ha pedido, a gritos, más represión, y el presidente Daniel Noboa —que parece tener solo dos pasiones, la reelección y ensañarse con sus enemigos— luce como un mandatario perfectamente capaz de dársela a manos llenas.