Hermosa normalidad

Daniel Márquez Soares

Hubiera sido bueno que, con el mismo estrépito y arrojo con el que se anunció el inicio de la pandemia del Covid-19, se hubiera anunciado también su fin. La humanidad merecía una celebración a la altura. El haber superado semejante obstáculo exigía un arrebato de solemnidad y efervescencia emocional superior al de inicios de 2020, cuando comenzó todo. Hubiese servido para recordarnos cuán admirables somos como especie y la inmensa suerte que tenemos de estar viviendo nuevamente en una absoluta ‘normalidad’.

Poco importa ya, a estas alturas, quién tuvo la razón y a quién le corresponde el mérito; tal vez fue gracias a las vacunas, o tal vez fue a pesar de ellas y la gloria es de nuestro sistema inmunológico. El hecho es que, sea por nuestra inventiva o por nuestra biología, una vez más los seres humanos demostramos ser capaces de superar descomunales amenazas, aunque parezca que siempre estamos inmersos en el caos y al borde del precipicio.

Es hermoso ver como nada cambió. No fue el parteaguas de la historia humana del que muchos hablaban ni la mortalidad tan elevada como se calculaba en un inicio. Las sombrías predicciones sobre nuevas reglas de convivencia, nuevos modos de vida y una transformación socioeconómica irreversible tampoco resultaron acertadas. Afortunadamente, los seres humanos hemos vuelto a tener vidas normales —con contacto físico, sin mascarilla y sin miedo— y a disfrutar de todas esas pequeñas actividades diarias que, en los momentos más oscuros del confinamiento, parecían tan lejanas.

Cerrar el capítulo de la pandemia también es bueno para perdonar, aunque no podemos olvidar las advertencias que nos dejó sobre nuestras propias debilidades. Ya sabemos cuán propensa al miedo, la obediencia incondicional, la persecución y la delación es gran parte de la sociedad. Es como si muchos, inconscientemente, añoraran vivir en un reino de terror y bajo control absoluto. Tampoco podemos olvidar que todavía estamos viviendo los efectos de esa época, tanto a nivel económico —convulsión mundial, deterioro de las condiciones de vida— como psíquico —hipersensibilidad, miedo, pesimismo—. Pero eso también pasará. Este es el año en el que, ahora sí, volvemos oficialmente a la hermosa normalidad.