El verdadero rival del Estado

Daniel Márquez Soares

El Estado ecuatoriano actual es —empleando los términos de la Europa de inicios del siglo XX— un ‘hombre enfermo’. Huérfano de una causa nacional luego de la paz con el Perú, incubado en el rencor que dejó la crisis de 1999 y parido tras el arrebato demencial de la Asamblea Constituyente de Montecristi, su ordenamiento es garantía de empobrecimiento y caos. Adolece un comportamiento irracional y autodestructivo: tiene desempleo rampante, pero se niega a adoptar una reforma laboral; no tiene dinero, pero renuncia a los ingresos del ITT; apenas tiene para pagar sueldos, pero insiste en derrochar una fortuna en subsidios; su sistema de seguridad social va directo al desastre, pero se niega a hacer ajustes.

En un contexto más anárquico y ‘natural’, un país tan torpe y testarudo hace rato hubiese sido anexado o desmembrado, pero el civilizado orden internacional actual permite que la sinrazón se perpetúe hasta límites asombrosos. Eso no significa, no obstante, que el Estado ecuatoriano esté a salvo. En estricto cumplimiento de las inmutables leyes que rigen la naturaleza y la historia, ya ha surgido un competidor, una antítesis, para el Estado ecuatoriano: el crimen organizado.

Ese gobierno paralelo tiene todas las herramientas necesarias para fortalecerse; por eso crece, mientras su enfermizo rival está cada vez más raquítico. No necesita licencias ambientales ni le importan las elucubraciones de la Corte Constitucional para arrancar la riqueza de la tierra. Paga a sus empleados en efectivo y no necesita preocuparse de sindicatos, contratos colectivos o inspecciones laborales. Los problemas que obstaculizan la producción no se perpetúan en una justicia esclerótica, sino que se resuelven a la velocidad del gatillo. La recaudación, la de los vacunadores, es veloz y sin juicios tributarios. Sus soldados están bien armados, son cada vez más experimentados y, a diferencia de sus rivales, no tienen que enfrentar las trabas de ideólogos fanáticos. La cooperación internacional que reciben es veloz, oportuna y con condiciones claras, sin caprichos ni segundas intenciones.

¿Cómo va a hacer la República de Montecristi para superar ese desafío, cuando ni siquiera sus súbditos creen ya en ella?