El dólar es una extorsión, no una estafa

Daniel Márquez Soares

Crónicamente atrasados, los intelectuales de la izquierda latinoamericana acaban de descubrir que el uso impuesto del dólar en el mercado internacional es una herramienta de dominación. Obvio que lo es. Siempre lo ha sido y siempre se advirtió sobre ello en los momentos clave: en Bretton Woods, en los setenta cuando Nixon puso fin al patrón oro, a fines del siglo pasado cuando Rusia y China se sumaron al orden económico internacional en las condiciones que se les impusieron y, sobre todo, durante los últimos años, cuando EE.UU. ha financiado guerras billonarias o años enteros de ocio pandémico imprimiendo billetes.

El error es creer que la imposición del dólar es un engaño, una artimaña capitalista de la que se puede prescincidir libremente. No es así. El dólar no es una estafa, sino una extorsión —recursos a cambio de seguridad—, y es mejor tenerlo bien claro. El que los ecuatorianos nos hayamos dolarizado por nuestra propia voluntad debido a nuestra mezcla de incompetencia e impulso suicida no significa que con el resto del mundo también haya sido así. Estados Unidos conquistó el legítimo derecho a imponer su moneda al mundo esperando a que algunos de sus adversarios se aniquilaran entre ellos y luego deshaciéndose del resto. El dominio del dólar no se sostiene en propaganda ni en ideología, sino en la abrumadora potencia de fuego de las flotas norteamericanas que custodian los océanos del planeta.

La economía mundial no se desdolarizará mientras, por ejemplo, quien garantiza el orden y el comercio en el Pacífico, la más nutrida arteria comercial del globo, sea la Séptima Flota de la Armada estadounidense. Resulta risible, hasta bochornoso, que presidentes y expresidentes de países como Ecuador, Colombia y México, que no logran ni siquiera salvaguardar sus propios territorios de los bandidos que los aterrorizan desde hace décadas, aspiren a reemplazar el orden dolarizado que garantiza el civilizado comercio mundial.