Chito Vera ante la maldición nacional

Daniel Márquez Soares

Los deportes de combate siempre han sido capaces de otorgarles a los pueblos que los practican una dignidad especial, un sentido del orgullo que se contagia a todos sus miembros. No es coincidencia que las principales potencias pugilísticas del continente —como México, Argentina y Cuba— hayan sido también países conocidos por su afirmado patriotismo y deseos de protagonismo. Igual, a nivel mundial, las potencias ambiciosas —Estados Unidos, Rusia, Irán, China, etc.— suelen darle especial interés a ese tipo de disciplinas en las olimpíadas y en certámenes similares.

Desgraciadamente, en ese sentido Ecuador siempre ha arrastrado una especie de maldición. Siempre que un compatriota ha estado a punto de convertirse en campeón mundial, el destino ha conspirado para que caiga doblegado y los ecuatorianos tengamos que resignarnos al papel de derrotados.

El primero, en 1968, fue el boxeador Jaime Valladares. Viajó hasta Japón para medirse con Hiroshi Kobayashi por el título mundial, pero fue ampliamente superado en la pelea. Durante mucho tiempo se tejió la leyenda de que el arbitraje lo había perjudicado, pero ahora que es posible ver la contienda, es claro que el japonés fue mucho mejor. Seis años después, le llegó el turno, también en Japón, a Ramiro ‘Clay’ Bolaños. Se batió, en un verdadero ejemplo de coraje y determinación, con Kuniaki Shibata; sin embargo, en el último round, ensangrentado y magullado, perdió por nocaut técnico.

En 1977 el país tuvo una nueva oportunidad, por el título súper pluma, con Alberto Herrera. En esta ocasión, a diferencia de las otras, el boxeador ecuatoriano peleó como local, en Guayaquil. Su rival era Samuel Serrano. En el primer round, Herrera derribó a su contrincante y, por un momento, parecía que el país tendría su primer campeón. Lamentablemente, Serrano no solo se puso de pie, sino que después derribó a Herrera en dos ocasiones y ganó la pelea por nocaut.

El caso más descorazonador fue, sin duda, en 1994, cuando Segundo Mercado se midió con Bernard Hopkins en Quito. El púgil ecuatoriano era inusualmente talentoso, pero también lo era su rival. Pese a la altura que jugaba a su favor, a su virtuosismo técnico y a que derribó dos veces a Hopkins, la pelea terminó yéndosele de las manos. Cuando parecía que finalmente tendríamos un campeón, los jueces juzgaron que había sido empate. Mercado volvería a pelear en dos ocasiones —una contra Hopkins y otra contra Frankie Liles—, ya en Estados Unidos, por el título, pero perdería ambas por nocaut.

Ahora, treinta años después, volvemos a tener una oportunidad. El boxeo profesional ya no es el rey de los deportes de combate, como era en el siglo pasado, sino que las artes marciales mixtas han ocupado su lugar. Marlon ‘Chito’ Vera, tiene la oportunidad de hacerse con el título de la liga más importante, el UFC. Sobran los motivos para el optimismo. A diferencia de sus predecesores, Vera ha conseguido trascender hasta convertirse ya no en un ídolo ecuatoriano, sino en uno de todo el mundo hispano. La pelea será en Miami, donde el público hará que el manabita se sienta como local. Es, de entre todos los ecuatorianos que han aspirado a un título, de largo el más experimentado y se mide contra un rival al que ya conoce y al que ya ha vencido —un lujo que ni Valladares ni Mercado tuvieron, ya que apenas pudieron empatar con sus adversarios en su primer combate—. ‘Chito’ es, además, ante todo, un peleador afortunado, al que el destino siempre parece favorecer.

Ecuador ya ha podido romper la maldición de nunca haber ido a un mundial de fútbol o de no tener una medalla olímpica. Ahora, quizás, ya es el momento de finalmente tener un peleador campeón mundial. Da gusto pensar en cuánto podría eso cambiar la forma en que los ecuatorianos vemos el mundo y, sobre todo, en que nos vemos a nosotros mismos. Saber que el mejor peleador del mundo, en una de las categorías más disputadas, es uno de los nuestros, sin duda que nos haría sentir especiales. Ojalá que así sea.