Cuenca, un ejemplo

Pablo Escandón Montenegro

Cuando conocí Cuenca, el viaje duró cerca de once horas por tierra, en dos jornadas. Aún existía el autoferro que iba desde Chimbacalle hasta Riobamba: ocho horas de viaje en una carrocería de bus sobre los rieles. Lo más bello fue mirar el Chimborazo al ocaso.

Desde Riobamba tomamos un bus y la carretera entre Chunchi y Cañar estaba en construcción, lo que dificultaba el tránsito, pero una vez que se cruzaba Biblián y Azogues, la topografía dejaba de ser escarpada y la carretera irrumpía entre los valles con sus ríos cristalinos y de aguas rápidas.

Ya en la ciudad, las calles de piedra, las joyerías, las cafeterías y las casas señoriales, se repartían armoniosamente, entre ventas de pan en grandes cestos tejidos llevados por cholas con polleras coloridas y sólidos sombreros de paja toquilla encalados.

Luego de treinta años esa imagen aún se conserva a pesar de la modernización y evidentes cambios con el tiempo, pero la ciudad de mi memoria aún sigue allí y se potencia con las transformaciones realizadas, pues el tranvía es el mejor transporte para recorrer las calles céntricas y recuperar los momentos de la primera visita.

Los comercios respetan el trazado urbano y las ventas en los portales son parte de la identidad de la ciudad; no crean desorden ni bulla entre los peatones. El tránsito vehicular, como el de toda ciudad, es pesado, pero no hay exceso de buses que irrespetan con los escapes y la velocidad a los transeúntes.

Cuenca es un ejemplo de cómo su centro histórico es un eje de desarrollo económico, social y cultural: limpio, seguro y con una diversa oferta gastronómica con un servicio de excelencia, que hace que los comensales y visitantes nos sintamos a gusto y pidamos más para no terminar con la satisfacción y el embeleso.

Los cuencanos deben sentirse orgullosos de su ciudad, lo que no pasa con los quiteños, pues al estar en Cuenca me sentí humillado por el buen servicio, la calidez humana y la seguridad de la capital azuaya, elementos que se han perdido en la capital del país. Y no solo es culpa de las malas administraciones municipales, también lo es de los propios quiteños que hemos dejado que la ciudad se pierda o se atomice en barrios o sectores.

Copiemos el modelo cuencano para Quito, visitemos la ciudad y repliquemos experiencias. No necesitamos salir del país para aprender a recuperar nuestras urbes.