COVID, ¿aprendimos algo?

Vivimos algo que nunca se volverá a repetir, una lucha contra un enemigo silencioso pero letal, en un escenario completamente desconocido, donde los principales elementos fueron: el terror, la muerte y la desolación. Desde la introducción del virus en nuestro país y el reporte del primer caso el 29 de febrero del 2020 hasta la fecha se han reportado casi 700 mil casos con un registro de fallecidos de alrededor de 40 mil personas, aunque para muchos pudiera llegar a muchos más. La verdadera interrogante radica en cuáles fueron las enseñanzas que nos ha dejado el COVID y cómo nos ha cambiado la vida de forma individual y en sociedad.

Uno de los principales problemas fue el darnos cuenta de las debilidades de nuestro sistema de salud, y la tardía reacción de nuestras autoridades. Puedo asegurar que sentimos que estábamos en una guerra sin armas, engañados por falsas promesas, por chantaje y manipulación. ¡Nos formamos para esto, nuestro compromiso, nuestro juramento hipocrático! Pese a esta situación teníamos que cumplir con nuestra vocación, momento exacto en que se nos declaró como “héroes de bata blanca” —nominación que sin duda nos dejaba sin respuesta y solo con el silencio frente a cualquier cosa adversa que ocurriese, ya que este nombre, en contraste con lo que vivíamos, era la esperanza que quizá tenían los pacientes cuando acudían a los instancias hospitalarias en un campo donde la muerte rondaba constantemente y acompañaba al personal de primera línea—.

Cada día cumplíamos cautelosamente nuestro cometido. Vestirnos y protegernos desde la cabeza hasta los pies se convirtió en un ritual; saltarse un solo paso podía generar inseguridad en un ambiente donde el miedo ya existía. El famoso covitario nos esperaba y adentro lo que más faltaba era oxígeno. He ahí el escarnio de la vida, irónicamente un regalo desinteresado de la naturaleza; ver cómo los enfermos lo reclamaban, lo anhelaban, lo necesitaban y cómo la asfixia acababa con ellos. Nunca estuvimos preparados, nunca estuvimos formados para elegir a quien dar el único suministro entre tanta gente que lo requería y,  con tan solo pocos ventiladores, debíamos dejar a muchos sin esta posibilidad, ante el impotencia de no contar con el recurso. Además, la falta de medicación esencial obligaba a los pacientes y familiares a gastar en  recetas de 500 a 1000 dólares por día,  considerando que el encierro y la falta de trabajo empeoraba estos escenarios.

Por fin acababa el turno y regresábamos a nuestras casas dejando estos episodios de dolor, que se quedaban con el protocolo más estricto de desinfección para no contagiar a nuestro entorno. Sin embargo, nos encontrábamos con noticias de corrupción, de sobreprecios, de despidos, de falta de gestión, de desorganización, de carencias, de instituciones privadas que prendaban cuerpos porque no se pagaba esas deudas inalcanzables y sin organismo que regulara, parecía que  las autoridades vivían en una realidad alterna a la nuestra. Además, la indolencia y la falta de empatía con el personal sanitario; nuestros “héroes” fueron condicionados con ofrecimientos de estabilidad laboral y por ende emocional.

Han transcurrido dos años y seguimos sin estabilidad, viendo escenarios de afluencia masiva. Ya existe una esperanza, la vacunación, pero alrededor del 20% no la acepta. Personas andando sin mascarillas, sin distanciamiento, como si el dolor fue solo el recuerdo de la peor crisis sanitaria que vivimos. Ante la reflexión existente de que “nos lo merecemos”, la respuesta es “no y definitivamente no” porque nunca será tarde; en honor de los que no están, del personal sanitario, de la lucha y el esfuerzo realizado. Porque la lucha continúa y es una responsabilidad social que las heridas de lo vivido nos hagan crecer como sociedad y como seres humanos.

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@Miguicho_Crespo