País relajado

César Ulloa

Ni en la peor de las pesadillas las personas afectadas por la corrupción, la inseguridad y el desempleo se podrían cruzar de brazos, sin embargo, esto que resulta inimaginable en cualquier sociedad ocurre en el Ecuador y de manera diaria. Al día de hoy, la mayoría de la población es afectada de diversas maneras. Posiblemente y al menos, una persona en cada familia ha sido robada, otra quiere irse del país y varias están desempleadas. Las soluciones no son inmediatas, debido a la complejidad de un problema que refleja un acumulado de errores, insensibilidad e improvisaciones de los gobernantes de turno. Es el momento de replantear el estado de las cosas de manera radical.

El cambio podría empezar con un acuerdo ético, es decir, el repudio público hacia los saqueadores, bandas organizadas y tramposos. Entre ellos se encuentran los evasores de impuestos, coimeros, prepotentes con el uso del poder, entre las distintas especies de la fauna. Ello implica que la sociedad en su conjunto sea intolerante con quienes defienden la corrupción, son aliados y cómplices de las bandas, hacen lobby e incluso abren los micrófonos para irresponsables disfrazados de políticos que juegan con las esperanzas de las personas, pues solo nos queda eso: esperanzas. La ética es efectiva, pues modela la visión que tienen las personas de sí mismas y de su entorno.

La “vergüenza pública” debe institucionalizarse, parafraseando al presidente Daniel Noboa. Es el momento de señalar a los corruptos y difundir las consecuencias que ha traído al Ecuador el saqueo indiscriminado de los recursos del Estado. No basta con las acciones que hacen y deben hacer los operadores de justicia, si la conciencia colectiva no toma partido. En ese mismo orden de ideas, no puede ser que los corruptos y corruptas entren y salgan de los centros comerciales como si nada, que panguen cuantiosas cifras en restaurantes como si nada, que se paseen en las calles como si nada. La sociedad debe cerrar relaciones con corruptos, líderes de bandas y lobistas de las dos anteriores. La estrategia de ser un país relajado no nos conduce a ninguna parte, peor aquella de perder el asombro y naturalizar la desgracia.