Gracias, señor Guillermo Lasso

carlos-freile-columnista-diario-la-hora

Carlos Freile

Usted acaba de dejar la Presidencia de la República con más honor del que los sempiternos cobardes acomodaticios le reconocerán. Frente a tantos detractores hijos naturales del oportunismo este modesto ciudadano le dice “gracias”. En primer lugar por su dignidad; por haber sabido resistirse a los cantos de sirena de los corrompidos corruptores, anhelantes de medrar de amnistías a cambio de su rendición. Gracias también por haber respetado la institucionalidad y el orden jurídico del Estado y haberse sometido con altura al imperio de la ley, a pesar de los evidentes y mezquinos atentados contra ella de parte de las otras funciones del Estado. Gracias por su intachable conducta frente a los detractores de toda calaña que callaron frente a un prepotente tiranuelo pero se ensañaron contra usted aprovechando de su acatamiento a la libertad de opinión.

Gracias por su campaña por la nutrición infantil, una de las medidas más necesarias en esta sociedad desigual, medida cuyos resultados no se palpan al día siguiente, como querrían esos quejosos de ocasión, sino a lo largo de los años. Esta campaña le convierte a usted en un verdadero estadista, pues el político vulgar se preocupa de la próxima elección, en cambio el estadista visionario planifica para las futuras generaciones. ¿Que no se le reconoce? No se descorazone, la ingratitud es pantano frecuentado por los anfibios de la mediocridad, de la envidia y de la tontera.

Sé que usted cometió errores, ¿quién no? Larga es la lista de los autoproclamados perfectos cuya máxima virtud es el olvido de sus falencias. Tal vez su mayor equivocación fue el no saber elegir colaboradores y haber mantenido a un grupúsculo de quintacolumnistas, mentirosos y traidores, al servicio de las maquinaciones de algunos titiriteros mañosos, enfermos de la sarna de creerse los dueños del país.

Desde mi modesto rincón le reitero mi agradecimiento y me permito recordarle que la soledad es la patria de los fuertes. Siempre le recordaré como a un atleta empeñado en correr con la tea encendida pero a quien le ataron los pies y después le reclamaron por no alcanzar la meta prometida.