Caos social

Alfonso Espín Mosquera

Los avatares políticos, los insultos en la Asamblea, el ‘juicio político’, las bravuconadas y amenazas de los politiqueros, muchos de ellos prófugos, la constante discusión entre ciudadanos vía redes sociales y, el nivel de violencia e inseguridad nunca antes visto en el país, son nuestro escenario común. Asaltos a mano armada, incursiones en domicilios, sicariatos, robos espectaculares, sin olvidar la iracundia con que vive la población, al punto que no hay como caminar tranquilamente casi en ningún lugar. La gente vive sobre saltada y temerosa de ser la próxima víctima.

Se ha hecho un pan del día los diálogos sobre la peligrosidad que nos circunda, o lo detestables que son los políticos, sobre quienes en cualquier momento, suenan los escándalos por corrupción y ahí aparecen también las bochornosas y manchadas vidas pasadas de los ‘redentores’ de la Patria, los mismos que se rasgan las vestiduras hablando de honestidad ante las cámaras o en las campañas electorales y al final de todo resultan ser, unos malandrines facinerosos.

Lo cierto y aún más preocupante es que el problema del país rebasa los límites de las penurias e infamias políticas, para alcanzar un impresionante nivel de degradación de lo que se llama  la moral pública o la conciencia ética, a tal grado que aquellas conductas que parecían excepcionales, hoy son parte del comportamiento común entre la gente: maestros agredidos física y moralmente por los padres de familia, alumnos que atacan con armas blancas a sus profesores, hijos que golpean y hasta matan a sus padres, niños convertidos en sicarios y policías en la indefensión y presas del temor de los delincuentes, en fin, una sociedad violenta a más no poder.

Hay muchos factores que colaboran en la generación de este caos social: desde los medios de comunicación que exaltan el delito a través de las  narco novelas y la mediocridad con la que juegan los programas de farándula, hasta los perversos e insulsos contenidos de las redes sociales, con los llamados ‘influencers’ dedicados a presentar algún acto de bochorno, que raya en el llamado ‘morbo social’, capaz de destapar los más bajos instintos humanos, todo acompañado de los acordes de algún reguetón o perreo, cuyas letras repetitivas y constantemente ofensivas al ser humano inundan las pocas posibilidades de pensamiento y reflexión que quedan en las mentes saturadas de tanto contenido detestable. A esto se suma el mal ejemplo de los politiqueros también, quienes exhiben vidas fastuosas gracias a dineros mal habidos.

Preguntarnos en los actuales momentos si hay un principio de autoridad en los padres para orientar a sus hijos, igual que suponer que hay respeto para los maestros, parece anacrónico. Lo común es no saludar a nadie y perderse en las pantallas de los móviles. Los ‘muchachos’ se han convertido en dictadores de sus progenitores, por el hecho de haberles traído al mundo, en unos casos; o porque, desgraciadamente, se han entregado a alguna adicción que les ha hecho perder la razón y la estabilidad.

La búsqueda del dinero fácil, las ofertas académicas mediocres: rápidas y sin mayor trabajo, abonan también en el descalabro social en el que la honestidad es sinónimo de tontería y el esfuerzo de estupidez.

De toda la problemática, quizá el mayor error es esperar que los políticos nos saquen de este mal.