Bajo el lodo

No hay nada más intrincado y perturbador que seguir manteniendo autoridades mediocres, y aprovechados que manipulan sucesos y tapan el sol con un dedo frente a una catástrofe natural anticipada. Al parecer, la muerte de decenas de víctimas, heridos y desaparecidos, niños y vecinos damnificados, del sector La Gasca y barrio La Comuna de Quito, después de una avalancha de tierra y lodo, se produjo por incompetencia en el manejo del uso del suelo, el crecimiento desproporcionado de la ciudad, el olvido de convivir en quebradas y la tala indiscriminada de árboles en las laderas del Pichincha.

Más allá de la quiebra del canon ciudadano por el desmedido crecimiento urbano, el drama humano de perderlo todo y los riesgos de vivir al pie de un volcán está el proselitismo político del hecho, la búsqueda infructuosa de culpables, la diminuta propuesta de remediación y la falta de prevención frente a una tragedia. Las variaciones climáticas por el calentamiento global y los asentamientos humanos no planificados exigen estudios formales en nuestras universidades, reinaugurar instituciones, efectivas políticas públicas y la adaptación de tecnologías arquitectónicas. Asimismo, la gestión de riesgos y la planificación del urbanismo contemporáneo requieren cambios acorde a la realidad sociocultural y no a los planes obsoletos diseñados hace 40 ó 50 años.

Muchos quedamos perplejos mirando en las redes sociales la magnitud de un desastre anunciado; escrito, fotografiado, filmado y estudiado más que en ocasiones anteriores; la inacción del paso intrépido del tiempo frente a la depredación del territorio y el cálculo político. La búsqueda interminable de cadáveres por días y noches en un lodazal de escombros y las acciones solidarias de miles de ecuatorianos y esa nueva generación comprometida: la donación de colchones, prendas de vestir, víveres, herramientas, y hasta féretros. La ternura como la vida misma, que no tiene ni debe tener color político.

Además, un periodismo insuperado apareció humanizado debajo del lodo; tras la filantropía de la desventura noticiosa, el hallazgo del testimonio oportuno y la cámara indiscreta de los teléfonos celulares que superó, esta vez, los obstáculos de las nuevas comunicaciones; sin duda, al final, rescató la sobriedad informativa, moldeó el futuro de una ciudad capital y comprendió el proceso inacabado de una tragedia. Nada fácil.

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