Espíritu de cuerpo

El sentimiento de honor y orgullo que surge de compartir ideales y logros colectivos se conoce como ‘espíritu de cuerpo’. Una máxima presente en las estructuras militares y policiales, y que se reconoce como fundamental para afrontar retos complejos, subrayando la importancia de valores como la lealtad, la disciplina y la cohesión.

A pesar de que el espíritu de cuerpo ha servido para superar desafíos y conflictos difíciles, su uso no siempre ha sido positivo. La historia muestra que, en repetidas ocasiones, este concepto se ha empleado para promover la obediencia y la impunidad en lugar del altruismo. Se ha invocado la supuesta honorabilidad institucional para opacar las evidencias, incluso cuando estas son flagrantes. Grupos y corporaciones invocan el espíritu de cuerpo en un intento de autoprotección ante acciones y comportamientos cuestionables de uno de sus miembros, paradójicamente amparados en los mismos principios de lealtad, disciplina y cohesión.

He reflexionado sobre esta figura, particularmente porque en las últimas semanas movimientos políticos han respaldado ciegamente a sus líderes ante la evidencia de actos que sugieren violencia política, abusos y hasta violaciones a los derechos humanos. Por ejemplo, en lugar de abordar denuncias de acoso y agresión con la seriedad que merecen, se optó por ignorarlas, acuerpar al acusado a través de comunicados, y alegar honorabilidad grupal.

Un fenómeno que no es exclusivo de un grupo o tendencia; se observa en militantes de organizaciones de izquierda y de derecha; socialistas y libertarios, que al enfrentarse a comportamientos inapropiados por parte de sus líderes, desvían la mirada en lugar de actuar con integridad y empatía hacia las víctimas. Casos como la lucha contra la violencia de género, la necesaria protección a la maternidad y el fomento de la participación en la política de la mujer se ven entorpecidos por aquellos que prefieren respaldar al camarada, en lugar de rectificar y solidarizarse con la víctima.

El ‘esprit de corps’ constituye uno de los obstáculos para el funcionamiento de la vida democrática de una sociedad, que se traduce en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Esta figura mal concebida pretende ocultar infracciones y promover la injusticia, pues atenta el valor cívico de reconocer que la mala conducta es mala, quienquiera que la cometa, aunque sea nuestro amigo o incluso nuestro líder.

Es esencial cuestionarse: ¿quién contribuye más al bienestar colectivo? ¿Los que, movidos por un mal entendido espíritu de cuerpo, encubren a sus miembros, o aquellos que buscan la justicia, permitiendo y felicitando las rectificaciones, o incluso, en casos extremos, promoviendo que los infractores sean apartados de la institución?