Por Alejandro Querejeta Barceló
La política tiene muchas caras. Más que una contienda de ideas, principios y búsqueda del bien común, entre adversarios en la Asamblea Nacional priman otras maneras de verse. En ciertos casos ni los buenos son buenos ni los malos son malos. El resto es la selva. Las propuestas de amnistía apuntan en esa dirección. La Constitución y las leyes vigentes reciben interpretaciones, en el mejor de los casos antojadizas y por lo regular de un “sociolismo” brutal.
Resulta que el incendio de la muy disputada Contraloría se produjo “mientras un grupo de jóvenes huían de la Policía”. ¿Iban con antorchas para alumbrarse y no tropezar con archivos con información reservada? Huele a sainete. Los dirigentes de aquel malhadado octubre en Quito y otras localidades, como las palomas de la paz o del Espíritu Santo, nunca supieron del mal y de lo diabólico que estaba en las calles y carreteras.
Esto no es democracia, ni justicia y menos legalidad. La Asamblea necesita de un exorcismo a fondo. Si se confirma la tendencia creciente, el asunto es grave. Hay un manifiesto desdén por el sistema de representación y lo que significa en cuanto a sede de la soberanía del pueblo. La verdad sin adornos ni mentiras es letra muerta en la Comisión que se ocupa de los asuntos constitucionales.
La defensa de los victimarios y no de las víctimas echa de lado a los tan cacareados ‘Estado de derecho’ y ‘debido proceso’. Algunos no tienen vergüenza. Los derechos humanos no existen para las víctimas, sino para los victimarios. Los vigilantes de “lo políticamente correcto” están de fiesta.
Así que “todos, más o menos, contentos”. No pedir perdón, no mostrar modo alguno de arrepentimiento, es la bandera de los posibles amnistiados. Es un insulto a la nación entera, la que vivió en abierta zozobra y a la que aguardan otros capítulos iguales, tal vez peores, cobijados por un manto de impunidad. Y aquí paz y en el cielo gloria.