La amnesia y el caso de las agendas

Alejandro Querejeta Barceló

El tema del hombre que ha perdido la memoria, que no recuerda a veces ni su propio nombre, ha dado pie a novelas y películas, y también a sonados pleitos judiciales. Parece que la amnesia no es infrecuente y a menudo se nos venden agendas de mano o de bolsillo, de escritorio y de pared, destinadas a recordarnos las reuniones pendientes o las tareas del día.

La falta de memoria hizo surgir los archivos desde tiempos remotos, las bibliotecas y los centros de información. A un desmemoriado lleno de preocupaciones, por su carencia incurable, debemos, estoy convencido, el desarrollo de internet. Como amnésico que soy tengo la pésima costumbre de anotar en una agenda muchas de las cosas que leo y que por su importancia estoy convencido de olvidar casi enseguida.

Pero una de esas agendas cae al suelo, abre sus páginas amarillas y comienza a hablar, y cuenta de un campesino de una remota región que obtenía de su huerto legumbres de talla fabulosa y afirmaba que el secreto para lograr tan sorprendentes resultados consistía en “tratar directamente con las plantas, conversar con ellas”. Un poco más adelante nos sigue sorprendiendo.

Y es una nota tomada de una revista en que se reproduce un párrafo del Derecho de Brujas, del siglo XIV, y que establece que “el marido puede golpear y lastimar a su mujer, tajearla y calentarse los pies en su sangre, pero no comete infracción, si la vuelve a coser y ella sobrevive”. Ni más ni menos, que muchos gestos de machismo aún no nos aparezcan abominables se debe a nuestra mala memoria.

Si el campesino pedía un poco de comprensión en cuanto a las plantas, para que nos entregaran lo mejor de sí, respecto a la mujer todavía se asumen posiciones abominables cuyo origen debemos buscar en documentos como el Derecho de Brujas. Es el caso que aún los hombres, cuando cometemos un acto de barbarie, nos volvemos amnésicos y seguimos tan campantes.

Las agendas nos alarman, indignan, y nos hablan en voz alta. Y henos ahí agradecidos, repasándolas y diciéndonos que nada será olvidado. Y dejamos la agenda sobre la mesa y felices cruzamos el umbral de la puerta con la mente en blanco, sin saber a ciencia cierta de qué trataba lo acabado de leer.

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