Alegría y arte

Vivir es sentir, percibir y apropiarse del mundo; así, la música constituye una de las expresiones más alucinantes para la esencia humana. Eso es  lo que la gente percibe cuando asiste a un concierto y fue esa, justamente, la sensación de volver después de tiempo al concierto de temporada de la Sinfónica Nacional, en la Casa de la Música el viernes pasado.

La actuación de la maestra Andrea Vela fue excelente. Conecta con facilidad a la orquesta con el público y su batuta expresa la fuerza de quien conoce y siente cada nota. Un colega me comentó que, “es una directora con mucha formación y lo mejor después del conocido Álvaro Manzano”.

Con sala completa de acuerdo al aforo, la joven directora ecuatoriana hizo vibrar a los espectadores dirigiendo una orquesta sinfónica que se constituye de valiosos músicos intérpretes, que siguieron con entusiasmo la batuta de la internacionalmente reconocida profesional.

El público se sintió halagado con el concierto y aplaudió raudamente de pie, expresando su emoción por la brillante interpretación de la OSNE y la dirección de la directora invitada.

El programa satisfizo al público, empezando por  una previa corta explicación de cada pieza y las “emociones” que interpreta cada instrumento, que dio la directora de forma didáctica, antes de iniciar cada parte. Algo que parecería correcto ante un público no  necesariamente formado.

La actuación de la Sinfónica estuvo a la altura y con la ubicación de los metales en la parte alta del escenario, la fuerza y el brillo de la música de Tchaikovsky, readaptada por la directora, sonó con intensidad y calor. El concierto finalizó con una alegre cumbia escrita por uno de los miembros de la orquesta y el público quedó fascinado y  lleno de alegría.

En el fenómeno cultural de cada pueblo hay dos grandes tramos de expresión y conocimiento que determinan el avance de su gente hacia mejores destinos. El primero es el de las bellas artes; el segundo, el del conocimiento científico. Es allí donde los gobernantes deberían poner siempre el mayor impulso si pretenden trascender en la historia, asunto poco probable dado que quienes llegan al poder no lo hacen para servir.