A Putin le va a llegar “su Nuremberg”

A Nuremberg se la recuerda por los juicios por crímenes de guerra a jerarcas nazis (1945-1946), por sus atrocidades y responsabilidades en el Holocausto judío y la Segunda Guerra Mundial. No todos enfrentaron a los tribunales. El principal cabecilla, Adolf Hitler, se suicidó en el búnker de Berlín, tras conocer la llegada de los soviéticos a la capital alemana.

Algunos peces gordos fueron juzgados: Göring (comandante de la aviación, Luftwaffe), Hess (mano derecha de Hitler hasta su solitario vuelo a Gran Bretaña), Ribbentrop (ministro de exteriores), Keitel (comandante del ejército), Dönitz (de la marina), Raeder (antecedió a Dönitz), Schirach (líder de las juventudes hitlerianas) y Sauckel (dirigía operativos de exterminio en los campos de concentración).

La cacería de seguidores de Hitler dio con otros, algunos años después, escondidos en lugares como Argentina (Perón protegió a algunos nazis), Paraguay (con la venia del dictador Ströessner) o Chile (las colonias Dignidad). Así cayeron criminales como Barbie, Mengele o Eichman.

Vladímir Putin sabe que su guerra contra Ucrania no tiene vuelta. Puede ser que toda Rusia (es un eufemismo) lo apoye y puede que tenga aún aliados en el mundo (el dictador bielorruso Lukashenko), eventualmente los líderes de Hungría (Orban) y Serbia (Vucic) y algunos en Latinoamérica (Maduro, Ortega, López Obrador, Díaz Canel y el impresentable Rafael Correa).

Pero Putin tendrá que enfrentar, más temprano que tarde, juicios por las atrocidades cometidas por sus tropas en Járkiv, Chernihiv, Sumy, Mariupol o en las cercanías de Kiev y por los genocidios cometidos por sus ejércitos mercenarios (integrados por chechenos, sirios y cualquier otro alucinado) en Bucha.

El líder ruso ha consolidado su poder autoritario por las reformas que una Duma (parlamento) dócil le concedió, para que pueda permanecer en el poder más de tres décadas (superando al “carnicero georgiano” Josef Stalin) sin una oposición fuerte y una prensa que ha sido silenciada, envenenada o apresada.

“Es difícil que Vladímir Putin salve su pellejo en el poder”, escribe Vargas Llosa. No debería esperar otra cosa que ser juzgado por tribunales internacionales de justicia (la Corte Penal de La Haya). “Las consecuencias para Rusia son muy obvias: un futuro tan oscuro como el más oscuro de sus pasados”, escribe la politóloga Nina Khrushcheva.  Putin puede terminar como el escorpión, acorralado y clavándose su propio aguijón, como suelen acabar los tiranos más brutales.