A pesar de todo

En varios artículos y comentarios a lo largo de estos años, hemos venido advirtiendo a nuestros lectores sobre los peligros que entraña el descuido con el que hemos tratado a nuestro planeta, la emisión de gases tóxicos, el agostamiento de la tierra, el gasto excesivo y la contaminación del agua dulce; la sobrecarga que estamos imponiendo al globo con nuestro accionar.

Pese a ello, algunos indicadores nos dicen que la situación podría revertirse; es decir, todavía hay espacio para la esperanza si actuamos en conjunto —los gobiernos y cada uno de nosotros—, limitando el consumo, usando energías alternativas, haciendo los esfuerzos posibles en medio de la barahúnda que el curso de la población mundial le imprime a estos días.

En un reciente artículo del New York Times leía la comparación que se hace entre la disminución de accidentes de tráfico letales en la ciudad de Nueva York y la preocupación por limitar el impacto que causamos y que se trasluce en lo que denominamos cambio climático. El Times veía que en el primer caso esta disminución se ha conseguido con medidas legales como la obligatoriedad de usar cinturones de seguridad, más normas en la fabricación de los propios vehículos, penas económicas graves y hasta de privación de la libertad para quienes infringen normas como las de no conducir en estado etílico, entre otros, lo que se ha visto reflejado en la reducción de muertes por accidentes de tráfico en la ciudad.

Si esto, que parecía imposible, se ha conseguido, algo similar podría hacerse con relación a temas como el ahorro de energía, el reemplazo de combustibles fósiles por paneles solares, molinos de viento, energía geotérmica y otras. Pero también el cambio vendría de la conciencia de la gente hacia su entorno y de un cambio de hábitos generacional.

Hay ejemplos de retorno de vegetación y de fauna a lugares afectados por la acción antrópica, que luego del repoblamiento de plantas ha generado cambios radicales que demuestran que la regeneración es posible.

La misma historia de la cuenca amazónica, que ya sufrió en el pasado procesos de sabanización, nos indica que la tierra es generosa y que puede restablecer la capa vegetal si se la cuida o si se deja actuar a la propia naturaleza.

Por ello, podemos decir que hay un cierto espacio para la esperanza que está en nuestras manos ensanchar, cuidar, hacer realidad.