A lo que hemos llegado…

Alfonso Espín Mosquera

La muerte a la vuelta de la esquina, como un albur de estos tiempos en el Ecuador. Es cosa de todos los días: sicarios y víctimas que lamentar a lo largo y ancho del país. La seguridad no existe, el régimen no pudo controlar la ola de violencia y los grupos criminales hacen y deshacen en cualquier lugar y hora.

Más allá de la inoperancia calamitosa de esta administración, la herencia sin beneficio de inventario de los dos gobiernos anteriores es fatal y no por tratar de endosarles el mal, pero hablar de ciudadanía universal y a nombre de ella abrir las fronteras y permitir el ingreso de todo el mundo sin verificación de sus record policial; vincular a grupos delictivos con el sector público y aun con la academia, a nombre de pacificar a las pandillas; recibir dineros del narcotráfico para campañas electorales; expulsar a la base de Manta, sin nada ni nadie que compense su presencia; corromper jueces que se han hecho de fortunas, en un abrir y cerrar de ojos, para “perdonar” fechorías, son errores que nos han llevado a este estado de sitio, de indefensión ciudadana.

Si a esto sumamos esa forma presidencial grotesca que tuvo Correa: vociferar, sábado a sábado, insultando y descalificando a cualquier ser humano que no piense igual, han exacerbado también una conducta violenta, de odio, que hoy por hoy, después del infame asesinato a Fernando Villavicencio, pretenden apelar a la paz, con videos en redes sociales que nos hablan de los males que causa el “odio”.

Hay que responsabilizarse de estos graves errores, hay que admitir que no se deben lanzar máximas, epítetos, insultos, que no se puede asumir la patanería como un “estilo” de gobernar, porque entre los niños y en la población en general, la prepotencia demostrada, deja secuelas de violencia e irrespeto.

Nadie merece la muerte de manos de otro ser humano. La carrera política, las denuncias de corrupción, el azote del narcotráfico no se calla con disparos. El hombre es demasiado sublime para interrumpir su existencia con la cobardía de cegarle su vida, pues su pensamiento se convierte en un germen que reclama justicia y que, a la postre, coloca donde merece a cada actor de esta sociedad.

Hay una aparente calma en la ciudadanía, más bien un miedo silencioso y, no es para menos. El sentimiento que queda es que quien se oponga al mal debe ser eliminado, y en esa vía quien combata a la corrupción, quien opine en favor de las causas nobles también; pero si en esa línea vamos, quedaremos diezmados porque el Ecuador tienemayoritariamente gente buena que sigue creyendo en la paz y  el respeto a los demás.

Las elecciones del 20 de agosto de 2023, serán la oportunidad de volcarse a manifestar la necesidad de un gobierno honesto, ecuánime, que construya la unidad que la hemos perdido y que tome medidas poderosamente drásticas para erradicar estos males delincuenciales que nos asolan.