El inusual entendimiento que se vio en la Asamblea Nacional para la elección de autoridades y conformación de comisiones invita a pensar en una posible unidad nacional. Pese a haberse enfrentado electoralmente hace escasas semanas, el movimiento del presidente electo y el de Rafael Correa llegaron a un arreglo con notable eficiencia; a su vez, el Partido Social Cristiano puso su experiencia al servicio de la concertación y sirvió como bisagra para facilitar el acuerdo. La ausencia de algunas fuerzas que no estuvieron presentes en la papeleta —como la Conaie o CREO— y la incapacidad de los grupos opositores de articular una negociación efectiva, facilitaron la consolidación de la nueva mayoría.
Lo que suceda a partir de ahora demostrará si el país está, efectivamente, ante un intento de acuerdo nacional o simplemente ante un arreglo para conveniencia de un sector político, como tantos otros del pasado.
Si, para empezar, la nueva Asamblea se muestra carente de sentido de la urgencia y arranca perdiendo el tiempo en escándalos y estériles juicios políticos, la ciudadanía tendrá derecho a sentirse traicionada. Asimismo, priorizar ajustes de cuentas y lavados de cara evidenciarían un Legislativo con preocupaciones propias de un gremio a la defensiva y no con aquellas que se esperaría de los representantes de un pueblo en crisis.
Por otro lado, si en los próximos días la calidad y el espíritu de cooperación aumentan, y los asambleístas demuestran para legislar la misma celeridad y eficiencia que exhibieron en las negociaciones, tanto el nuevo presidente como la ciudadanía tendrán motivos para ser optimistas.