GUERRA. El 2 de julio de 1962, la cancha de Santiago se transformó en un campo de batalla. (foto: www.theclinic.cl)
GUERRA. El 2 de julio de 1962, la cancha de Santiago se transformó en un campo de batalla. (foto: www.theclinic.cl)
GUERRA. El 2 de julio de 1962, la cancha de Santiago se transformó en un campo de batalla. (foto: www.theclinic.cl)
GUERRA. El 2 de julio de 1962, la cancha de Santiago se transformó en un campo de batalla. (foto: www.theclinic.cl)
ROTO. Los italianos sostienen a su compañero Maschio después del codazo de Sánchez. (foto: www. charlatecnica.cl)
ROTO. Los italianos sostienen a su compañero Maschio después del codazo de Sánchez. (foto: www. charlatecnica.cl)
PERIODISTA. Corrado Pizzinel actualmente tiene 96 años de edad. (foto: trespontos.blog.br)
PERIODISTA. Corrado Pizzinel actualmente tiene 96 años de edad. (foto: trespontos.blog.br)
ESTRELLA. Sívori en la portada de la mítica revista El Grafico. (foto: El Gráfico)
ESTRELLA. Sívori en la portada de la mítica revista El Grafico. (foto: El Gráfico)
ÁRBITRO. El árbitro de la Batalla de Santiago, Ken Aston (de blanco), luego inventó las tarjeras de sanción. (foto: kenaston.org)
ÁRBITRO. El árbitro de la Batalla de Santiago, Ken Aston (de blanco), luego inventó las tarjeras de sanción. (foto: kenaston.org)

La Batalla de Santiago es uno de los episodios más vergonzosos en la historia de los mundiales

El fútbol nunca fue solo un deporte. Incluso en su edad inocente, antes del profesionalismo dopado y las montañas de dinero, el juego más popular del planeta tenía una función multifacética. Reflejaba ideales, ambiciones, complejos, metas políticas y un sinfín de cosas más.

El escritor uruguayo, Eduardo Galeano, sostenía que el fútbol es el suplente de las guerras tribales de la antigüedad. Y tenía razón. Pues, ahora la superioridad pretendida y la identidad se defienden en la cancha, no en el campo de batalla, el arma es la pelota y no las lanzas. También ahí, en la cancha, se definen los beneficios, y el botín es para los ganadores.

Los partidos entre las selecciones empiezan con el himno nacional. Los jugadores ponen la mano sobre el corazón, reconfirmando su identidad y su fidelidad eterna. En su pecho está bordado el escudo: un símbolo nacional. Mientras tanto, en las tribunas los hinchas flamean la bandera de la patria, llevan sus colores en los rostros, en las vestimentas y no paran de cantar, de alimentar, de sufrir o de desbordarse de alegría en caso de algún éxito, aunque sea temporal y de mínima importancia. ¿Acaso eso es sólo un deporte, un entretenimiento inocente y pasajero? ¿O más se parece al fin del mundo, como cualquier batalla mortal?

En la historia futbolera abundan ejemplos en este estilo. Pero uno de los más chocantes es el del 1962, en el mundial de Chile: el tema de hoy dentro nuestro recorrido cronológico.

Era la época de Pinochet, de la Guerra Fría, de un mundo en la víspera de la moda hippie y su revolución sexual. Los chilenos, en estilo inglés, tomaban té a las cinco de la tarde y creían que lo tienen todo bajo control. Hasta que llegaron dos periodistas italianos: Corrado Pizzineli (enviado especial del periódico La Nazione de Florencia) y Antonio Ghiseli (Il Resto de Carlino de Bolonia). Poco después, el eco de sus escritos ofensivos para los anfitriones era tan profundo que casi provocó un conflicto diplomático.

“Santiago es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria”, subrayó Pizzeli en su reportaje, difundido en toda Italia.

Pero no lo leyeron solo los italianos. También lo leyeron los de la embajada chilena en Roma y enseguida enviaron la traducción del texto a Chile.

Podemos imaginar que cólera se desató. Los medios locales, liderados por El Mercurio, iniciaron una campaña de venganza nacional. Diario Las Últimas Noticias apeló un justo pago por parte de los italianos “fascistas, mafiosos, maniáticos sexuales y drogadictos”. Y el fútbol se convirtió en el instrumento principal de la venganza. Pues, en pocos días, precisamente el 2 de junio de 1962, Italia y Chile tenían que medir fuerzas en un partido del grupo B del mundial. Y como si fuera poco, el partido era decisivo para la clasificación a la segunda fase. Ahora o nunca, a cualquier precio.

La situación era tan insoportable que Omar Sívori, argentino de nacimiento y nacionalizado italiano, se negó a jugar. Hablamos de una de las estrellas de los azzurri, adornado hoy en día con comparaciones como que era “el Maradona de River” y “el primer Messi en la historia”.

La federación italiana trató de mejorar el clima. Depositó flores en las tumbas de los héroes chilenos. Dijo mil superlativos para los anfitriones en la rueda de prensa. Compró una gran cantidad de claveles blancos para el partido. Pero todo resultó en vano.

El público chileno, un poco más de 66 000 personas, “devolvió” los claveles a los jugadores italianos, arrojándolos sobre ellos junto con una notable dosis de monedas, frutas, abucheos e insultos.

Entonces empezó el partido que más parecía un festival de artes marciales. De los primeros veinte minutos se jugaron apenas cuatro. El resto se repartió entre empujones, golpes, puñetazos, patadas y reclamos. En el minuto 8 ya hubo un expulsado: el italiano Giorgio Ferrini. Minuto antes del descanso, el partido se acabó también para su compañero Mario David.

Solo dos expulsiones –ambos del equipo visitante– en un partido manchado de sangre y con carabineros entrando en la cancha, más parecía una burla que una justicia. Pero el árbitro inglés, Ken Aston, lo tenía claro. El ganador podía ser solo uno: el equipo de Chile, si no probablemente nadie salía de la chancha. Así que se tapó los ojos incluso cuando Leonel Sánchez de un codazo le rompió la nariz al italiano Humberto Maschio.

Curiosamente, el exmilitar, teniente-coronel en la Segunda Guerra Mundial, Ken Aston, luego llegó a ser el jefe de los árbitros en FIFA y es el inventor de la tarjeta amarilla y la tarjera roja que entraron en uso en el mundial de 1970, disputado en México. Según su testimonio, lo que lo inspiró para crear las dos tarjetas era un semáforo: “Amarillo, atención, puedes seguir. Rojo, alto, fuera de campo”.

Otro detalle relacionado con Ken Aston, los chilenos y el mundial de 1962 es que él dirigió, asimismo, el primer partido de los anfitriones en el cual los chilenos empezaron perdiendo de Suiza, pero rápidamente dieron la vuelta y ganaron 3 a 1.

Victoria con dos goles de diferencia (2 a 0) registraron los chilenos también aquel 2 de junio de 1962 versus Italia. Los goles cayeron en el último tramo del partido (Ramírez 73, Toro 87) cuando Italia ya estaba con ocho jugadores en la cancha (dos expulsados y un lesionado).

Al siguiente día apodaron a este partido la Batalla de Santiago. Está claro por qué. Pero el último toque en el capítulo lo dio otro inglés, el periodista de BBC, David Coleman. Él, presentando la cinta con la grabación del partido, se disculpó con el público y calificó los acontecimientos en el estadio nacional “Julio Martínez Prádanos” (Santiago de Chile) como “la más estúpida, horrible, repugnante y vergonzosa exhibición del futbol de la historia”.

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