Kapuscinski o el otro periodismo

“Para entender a la sociedad es preferible entrar a un museo que hablar con cien políticos”. Lo dijo el mejor reportero del mundo, Ridkard Kapuscinski, fallecido el pasado 24 de enero de 2007.

Su muerte, en Ecuador, no tuvo demasiado eco ni trascendencia. Pocos periodistas conocían sus libros y otros pocos su trayectoria, su dimensión humana, su profunda huella profesional.

Es paradójico pero no sorprende: aquel extraño apellido, tan difícil de deletrear y escribir, aquel extraño personaje, tan difícil de entender en estos tiempos globales y materialistas donde cada uno vale por lo que tiene y no porque piensa, recién ahora empieza a resonar en las aulas universitarias y en las salas de redacción ecuatorianas.

Mala suerte de nuestro país. Mala suerte o poca visión de quienes pudieron traerlo cuando andaba por México o Colombia en sus innumerables giras académicas que él jamás permitió que se las llamara así: cada viaje a un país latinoamericano, aunque fuese para dos o tres días de seminarios, talleres o foros, era para él un deslumbramiento, una fascinación, una posibilidad privilegiada de caminar por sus calles, conversar con sus ciudadanos, contagiarse de pueblo, vivir experiencias personales inéditas y sorprendentes, capaces de convertirse en una extraordinario reportaje o en un original libro.

Dejó huellas, huellas fecundas. En diciembre de 2001, en México, impactó a una veintena de periodistas latinoamericanos que tuvieron el honor de escucharlo, de asimilar sus palabras, de aprehender una pizca de su inconmensurable sabiduría.

El tallerista Kapuscinski

En el sitio saladeprensa.org el periodista peruano Julio Villanueva Chang describe así su experiencia como tallerista de Kapuscinski:

«Del señor K. he aprendido a espiar este mundo con menos cinismo, a coger mis maletas con menos gravedad y dramatismo, a pestañear menos en las madrugadas con los libros. Del señor K. también he aprendido que la soledad puede ser una bendición para un cronista, que todos perdemos en las guerras y que en ellas la mayoría de periodistas terminamos siendo mercenarios, que este mundo está cada vez más desierto de periodistas testigos y mundanos y sobrepoblado de notarios públicos vía teléfonos satelitales, que es un placer escribir y no estar en la televisión, y que para ganar algo hay que perder demasiadas cosas.»

Kapuscinski nunca quiso que se lo percibiera como un experto, un erudito o un maestro. Se resistió siempre a dar cátedra, a hablar desde el podio, a que su palabra fuese escuchada con veneración, culto y asombro. El quiso, el fue, simplemente un reportero. Y así murió, dejando una estela multicolor, diversa y aleccionadora de un ser humano que eligió un camino para servir a los demás y ese camino nunca dejó de transitarlo.

Solía hablar de ética sin hablar de ella, solo con su ejemplo. Decía que “el buen periodista debe ser, ante todo, un buen humano” y era contundente cuando analizaba y criticaba el creciente poder de los grandes medios en el mundo y la tendencia a la frivolización y estelarización de los periodistas, en especial los de la televisión.

Cuando se refería a las virtudes que deben acompañar a un reportero, no hay frase más cautivadora y lapidaria que esta: “Los cínicos no sirven para este oficio”. Una frase que ha calado, que ha herido, que ha despertado intensos debates entre periodistas.

Era así: con una frase, con una palabra, con un contenido esencial, directo y de varios niveles de sentido, derrocaba los viejos mitos y los tabúes más acendrados entre sus colegas. El periodismo no era, para él, un vehículo hacia la fama, la riqueza, la comodidad o el ejercicio de influencia en su beneficio. El periodismo era, simplemente, un compromiso vital con las sociedades, los pueblos, los países y los continentes que no están en la agenda mediática de los grandes centros de poder mundial.

¿Quién fue Kapuscinski?

Kapuscinski nació en Polonia, en 1932. Su familia fue muy pobre y su formación escolar y colegial la hizo en las peores condiciones, tanto que cuando ingresó a la universidad logró tener, por primera vez en su vida, un libro suyo, un libro que le perteneciera.

Más pudieron, sin embargo, su sensibilidad, su alto sentido del compromiso, su enorme capacidad para entender los problemas de la gente común, su amor por los marginados, los excluidos, los sobrevivientes, las víctimas de un sistema que privilegia el poder político aliado del poder económico, el egoísmo, la ambición, las apariencias, la hipocresía, el arribismo, la mezquindad, la voracidad y la negación de lo solidario.

En sus inicios como corresponsal de una precaria agencia de noticias polaca llegó a dominar las técnicas básicas del oficio. Pero muy pronto entendió que la esencia de su trabajo no era contar los hechos sin ensuciarse los zapatos.

Gracias a su agudeza para observar la realidad comprendió que su responsabilidad rebasaba las frías descripciones de los acontecimientos.

Llegó a la conclusión que debía ser un testigo de su tiempo, pero un testigo presencial, vivo, contagiado de penas, sufrimientos, miedos, carencias, exclusiones.

Llegó a la conclusión, también, que su destino histórico estaba en el periodismo de la gente. Y para eso, antes de empezar a escribir sus libros, leyó, investigó y buceó en los orígenes de los grandes conflictos de la humanidad.

“Para mí es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir.

“En uno de mis libros escribí sobre mis experiencias de cuando llegué a una aldea en África, en un país llamado Senegal. En esa aldea no había luz eléctrica, pero se podía comprar una pequeña linterna china que costaba un dólar, pero nadie allí tiene un dólar. Entonces, no había televisión, ni Internet, ni esas tecnologías.

“Cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía. Por supuesto había que entender el idioma y todo lo que pasaba durante la noche. A las 10 u 11 de la noche a dormir y esto, para un reportero, ya era una experiencia realmente dura, porque era en casitas pequeñas de adobe y piso de pura tierra donde se acomoda toda la familia. Y toda la familia significa muchas personas.

“La noche era muy caliente y era imposible dormir con la invasión de mosquitos y sin poderse mover, hasta que aparecía el sol a las 6 de la mañana. Era una experiencia bastante difícil, pero si no compartía con esta gente no vería de otra manera la vida de África. Si pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton no era consciente al escribir sobre sus vidas. Lo mismo pasa en las guerras. La profesión de reportero requiere, para poder escribir, que este tipo de experiencias se sientan en la propia piel.

“La otra cosa que hago y que considero también importante para un reportero es viajar solo. Es importante ver el mundo que se investiga y penetra con los ojos propios. La presencia de otra persona influye sobre nuestra percepción del mundo. Sus gestos, sus comentarios, cambian esta limpia relación entre el reportero y el mundo que lo rodea.

“Hace tres años hicimos un documental sobre África con un equipo inglés que por primera vez iba a ese continente. Recorrimos lugares apartados y cuando llegábamos a cualquier sitio llamaban desde sus teléfonos móviles a Londres. Viajaron conmigo tres meses pero, emocional y mentalmente, no estaban en África, todo el tiempo estuvieron en Inglaterra. Solo hicieron su deber.

“Para mí, una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse inmediatamente como uno de la familia. Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de inmediato reconocen si él está realmente entre ellos o si es un pasajero que vino, miró alrededor y se fue”.

La contraparte del periodista

Su opción estaba clara: sería la contraparte del periodista cómodo, arribista, burgués, de escritorio, capaz de articular supuestamente bellos discursos ideológicos y sesudos análisis que pocos leen y nadie asimila.

Para Kapuscinski, el periodismo no fue una profesión, una carrera profesional o un trabajo: fue una misión social, un apostolado, un sacerdocio y una vocación más allá de un sueldo, un estatus económico, una fama de bolsillo o una credencial de miembro del “cuarto poder”.

Coherente, lúcido y visionario, desechó cualquier oropel y evitó el contacto con las estrellas del periodismo arrogante, servil y funcional; del periodismo abyecto, encorbatado y perfumado al que tanto aborrecía, pero no combatía con epítetos ni planteamientos ideológicos sino con su simple y única manera de narrar lo que muchos de esos periodistas eran incapaces de hacer.

Nació bajo el hoy desaparecido régimen socialista impuesto por la Unión Soviética. Y aunque algunos de sus críticos aseguran que Kapucinski no fue lo suficientemente claro en su lucha contra la opresión política, la falta de libertades y la censura de prensa, él tuvo su manera de explicar la conducta humana que tuvo frente a esa tragedia colectiva:

“No fue fácil trabajar bajo el régimen socialista. Polonia era un país más pobre que Checoslovaquia o Hungría y para balancear esa situación teníamos más libertad que en Rusia, que entonces se llamaba Unión Soviética. Muchos rusos aprendían polaco para leer nuestra prensa, porque comparada con la de ellos era libre. Incluso en los años 80, durante la época del movimiento solidaridad, nuestra prensa fue prohibida en la URSS.

“En estos países socialistas había que conocer los complicados mecanismos de la censura. Había períodos en los cuales la censura era blanda y otros en los cuales es muy dura. Entonces, si uno tenía experiencia y conocía los mecanismos, sabía en qué momento podía publicar algo y cuando no.

“Existían varios tipos de prensa, una era oficial que publicaba todo con censura en periódicos, radio y televisión. Pero teníamos dos prensas sin censura no oficiales, una clandestina y otra que se publicaba de manera restringida a dirigentes y funcionarios. Allí también se publicaba todo, porque a la clase dirigente le interesaba estar bien informada, por eso permitían publicar todo, aunque no se podía vender oficialmente en los kioscos sino a través de vendedores clandestinos.

“Luego pude salir del país y trabajar en Asia, África, América Latina. Entonces a nadie le importaba la gente de estos lugares y todo lo que pasaba allí. Yo nunca traté de ser corresponsal en los lugares de gran competencia como París, Madrid, New York o Roma. Nadie quería ir a arriesgar la vida para escribir sobre la guerra de Angola, así que yo no tenía competencia”.

La producción de Kapuscinski

“Yo escribí un libro que se llama El Sha de la siguiente manera: durante la revolución en Irán, la más grande revolución de masas en la segunda mitad del siglo pasado, nuestra agencia decidió enviar a un periodista que me dijo ‘Estoy muy desesperado, es que me quieren mandar a cubrir esta revolución y yo no quiero, no me interesa, tengo miedo’. Yo le dije Si quieres yo puedo ir en tu lugar. ‘No, no, no creo, no es posible’, contestó. Y le dije Sí. Yo voy con mucho gusto. Entonces fuimos donde el jefe de redacción al que le dije: mira él no quiere ir, yo sí, yo voy inmediatamente. Entonces me fui un año a Irán y así escribí el libro, gracias a este accidente”.

Para hacer sus grandes crónicas, compiladas en una veintena de libros, vivió las mismas condiciones y penurias que las de sus protagonistas. Sintió de cerca las angustias, el dolor y la digna tristeza de los seres humildes pero rebeldes y esperanzados, bajo el peso de feroces dictaduras, crueles tiranías, débiles gobiernos, políticos corruptos y líderes belicistas y asesinos.

Ver, comprender y contar. Esa era su trilogía. Una trilogía que la aplicó con profundo compromiso y responsabilidad.

Que el espíritu de Kapuscinski se mantenga despierto, inteligente y vital. Que el espíritu de Kapuscinski ilumine nuestro deber cotidiano.


  • Rubén Darío Buitrón, ecuatoriano, periodista, escritor y asesor editorial. Correo-e: [email protected]