Reguetón

Matías Dávila

El arte, a diferencia de la ciencia, no debe ni tiene por qué justificarse. Hubo un pintor que utilizaba excremento para plasmar su obra, solo por citar un ejemplo. El arte es como es y no como a mí me gustaría que fuera.

El reguetón es arte. La última canción de Bad Bunny y Romeo Santos tuvo, hasta que escribí esta nota, 107 millones de vistas. En latinoamérica somos aproximadamente 650 millones de habitantes. En línea gruesa quiere decir que 1 de cada 6 personas de la región la escucharon. La charla Ted más vista, que habla de las escuelas que matan la creatividad, un problema recurrente en nuestra región, tiene 13 millones 400 mil vistas. 1 de cada 50 habitantes -teóricamente- la vieron. Por qué digo esto, porque la charla está en inglés, es decir, la mayor cantidad de vistas están en los EEUU y en Europa.

Al igual que Alex Sintek, yo soy de los que cree que el reguetón debería “consumirse” con audífonos y no en sitios públicos. Pero, ¿qué es realmente lo que me molesta de este género? No tengo lío con hablar frecuentemente de nalgas y coito, esa es la vida diaria de muchos, incluso de los que están leyendo en este momento: ¡Vivimos en una sociedad sexualizada!. Lo que me molesta es que, a mi juicio, para hacer las letras parecería que hacen un casting con el que peor escribe. ¡La rima es básica! Se nota la poca lectura del compositor. Es como una invitación morbosa a no educarse, a dejar la escuela, ¡a sentirse orgulloso de ser ignorante! La frecuencia con que los autores hablan del dinero, de las marcas y de la belleza física se convierte en un aspiracional para los “danzantes”. El recurso barato de mezclar palabras en inglés para conseguir que rime es un aplauso de pie al subdesarrollo, al menor esfuerzo. A mi juicio, el reguetón es el himno de la pobreza mental. Termino con la réplica de los menos cultos que se defienden diciendo: “Acaso es para escuchar las letras, ¡es solo para bailar!”… y con ese argumento para qué escribir más. “De gana”, gracias.