Tribus, venganzas y política

Gonzalo Ordóñez

Robaste mi dinero, abusaste de mi mujer, heriste a mis hijos. La única manera de recuperar mi honor es infringirte un daño mayor: la violencia detiene la violencia. Así se vive una cultura machista del honor, cuando la testosterona manda; sin venganza no hay respeto ni hombría.

La agresividad es parte de nuestra biología, los humanos desde el origen peleamos por territorios, alimentos, recursos económicos o sexuales. La agresividad también es placentera, como la venganza, que se asocia a los circuitos cerebrales de la recompensa fisiológica.

Tardamos siglos en dejar las tribus para promover el intercambio que es base de la pacificación y la formación de civilizaciones, donde la venganza se transformó en justicia. Con el predominio de la ley, los tribunales decidieron el castigo, luego de probarse los hechos. Simultáneamente se encargó el uso de la fuerza a la policía, que ya no respondía a los caciques tribales, como en siglos anteriores.

Hoy, los asambleístas, los movimientos sociales radicales y los políticos se reparten a dentelladas las instituciones, los más fuertes y organizados se llevan la carne del Estado. La sangre atrae más aves de rapiña.

Una de ellas, el narcotráfico que, a ritmo de narcocorridos, festeja los enfrentamientos entre las tribus políticas, porque saben que los vencedores tendrán que aliarse con ellos, al fin y al cabo, tienen organización, ingresos infinitos y armas. Así es como la política y el crimen organizado confluyen con el apoyo de los ciudadanos, que solo quieren venganza por la destrucción de su país, de las fuentes de su sustento y de su futuro.

¿Cabe alguna esperanza? La manipulación política es posible cuando usted, lector, se ubica en un bando. El cerebro inmediatamente procesa al bando contrario como enemigo. En una sociedad tribal tiene cierto sentido, o vives o mueres, pero en una democracia, todos perdemos. Presionemos por acuerdos, por ejemplo, unidades formadas por decreto presidencial, para que SRI, UAFE, Contraloría, Consejo de la Judicatura, Fiscalía, inteligencia militar y policial, etc. revisen las cuentas de los jueces que benefician al crimen organizado, sus familias y allegados. Sin jueces honestos, la impunidad solo empodera a las tribus.