En busca de volver a los orígenes de la Diablada de Píllaro

Partida de Minga Cultural.

Fotos y texto: Alex Villacís Guevara

En la casa del cabecilla se ve llegando a los diablos y a los de línea, adentro Don Pato saluda con todos, en el patio interno se instaló la cocina que como siempre tiene un exquisito caldo de gallina, la fritada y los deliciosos pasteles.

Los de línea están al fondo, siguen cosiendo algunos detalles en su vestimenta, entre todos se ayudan, ríen y conversan sobre las anécdotas del primer día de baile.

Los últimos toques se dan al vestuario, todos se ayudan con el fin de salir impecables a bailar.

 

Los fotógrafos no faltan, hay de todo tipo, los hipsters, los de grandes cámaras, los serios, todos van en busca de una buena foto.

Acá con los Minga Cultural se siente la camaradería, casi todos se conocen, se baila en comunidad, con la confianza de que el de a lado te cuidará.

La comida es un aspecto importante, caldo de gallina, fritada con mote y pasteles son parte del menú.

 

Esta partida es formada por gente de varios sectores y es coordinada por el Colectivo Minga Cultural, agrupación de personas de varias edades que buscan mantener a la fiesta como un proceso comunitario, que respeta los ritos y símbolos que envuelven a la fiesta que se celebra del 1 al 6 de enero en Píllaro, la Diablada.

Los preparativos para los días de baile empiezan un mes antes en Tunguipamba, aquí a  través de mingas entre los integrantes del colectivo y los vecinos del sector se adecúan el espacio donde se realizarán los repasos con los bailadores de línea.

Los voladores son parte de la fiesta y sirven para anunciar que los diablos están en camino.

La Diablada

La entrada en el centro de Píllaro es otra cosa, los diablos reclaman el espacio público, mandan a los turistas más atrás, retiran las sillas,  abren el espacio para que el diablo baile y los de línea tengan su lugar.

Las últimas indicaciones por parte del cabecilla a los diablos, recomendaciones y la forma de rotar mientras bailan son parte de la conversación.

Todos poseen máscaras y vestimenta que han sido cuidados y mantenidos esperando estos días de baile. En esta partida hay muchos diablos y se cuida que todos los personajes puedan tener un espacio para bailar, pues aquí lo que importa es mantener viva la tradición y con el ejemplo demostrar que la Diablada puede llevarse respetando las enseñanzas de los mayores en comunidad.

Los diablos y ‘los que acompañan’ a la espera del inicio de la jornada.

El descanso es otro cuento, todos llegan hambrientos, los diablos se lanzan sobre la fritada y pasteles, los de línea tienen su propio espacio dentro de la vivienda, pero eso sí, todos al terminar de comer, bailan hasta el momento de la segunda salida.

Al terminar el día todos regresan a la comunidad, a la casa del cabecilla, y llegan bailando, para terminar con alegría y en un gran abrazo que promete que el próximo año también se bailará.

 

Los vecinos se asoman a la ventana mientras los diablos pasan por las calles de Tunguipamba.

 

El diablo atraviesa por el campo de Tunguipamba, de fondo se escucha a la banda y los voladores.

 

Cada bailador lleva su personaje, se adentra en el baile, en los sonidos.

 

Los de línea agitando el pañuelo, mientras al fondo los diablos miran el camino hacia la ciudad.

 

El diablo en su recorrido da ají a los distraídos turistas.

 

Las nuevas generaciones también son parte de la partida de Minga.

 

El diablo y sus travesuras mientras atraviesa el centro de Píllaro.

 

El baile de los de línea entre la prolijidad y la conexión con la pareja.

 

La tradición y los saberes se viven entre un padre e hijo mientras bailan en la comodidad de saberse en comunidad en la partida de Minga.

 

El diablo eufórico encabezando la partida.