¿Candidatos a qué?

Kléber Mantilla Cisneros

El financiamiento del narcotráfico a varios candidatos de las próximas elecciones de gobiernos seccionales se vuelve un verdadero dolor de cabeza. Un ejemplo gratuito de la crisis institucional y la carencia de valores e ideologías que provocan una confusión de la distinción tradicional entre democracia y corrupción. Pero hay que preguntarse si la captura de Ovidio Guzmán, hijo del ‘Chapo’, en México, acarreará consecuencias y el hundimiento de alcaldías y prefecturas, sobre todo, en Manabí, Esmeraldas y Santa Elena. Es decir, en las rutas del cartel del Pacífico con la brújula desde Sinaloa en los puertos del Ecuador.

El gobierno dice tener pruebas de ‘narco-políticos’ y de la innegable compra-venta de la justicia. En algún momento intentó resquebrajar las protestas indígenas al involucrar la conducción de un campesinado enamorado de un gran patrocinador. No obstante, al constatar el crimen ambiental de los ríos: Jatunyacu y Yutzupino, en nuestra Amazonía, a cargo de la minería fantasmal y en ausencia absoluta del Estado, podríamos concluir que se trataba de una verdad a medias. Pues, los grandes financistas de las campañas políticas se bautizan con la primera venta de droga; pero, además, con el tráfico de armas, el coyoterismo industrializado y la concesión minera sin consulta a las comunidades dueñas.

Es que el financiamiento de candidatos es un aspecto de variadas explicaciones que se llena de muchos miedos. Más allá del tabú del fraude y de la regresión tecnológica por el conteo de votos y los apagones, la amenaza electoral se centra en el silencio informativo. La falta rigurosa de investigación periodística, el relato de data análisis sobre miles de perfiles de vida y el miedo abrumador a la gran cantidad de pobres, miserables y desempleados quienes tendrán que escoger a las autoridades del post populismo.

La gran mayoría de candidatos no inventan nada y a muchos hay que ponerlos en primera plana por sus nexos con el narcotráfico, su defensa a transnacionales corruptas como Odebrecht y por el simple hecho de reelegirse. Sin que los debates entre aspirantes se vuelvan un show cual pelea de box, cabe insistir en el eufemismo del iletrado: el que llega a llevar proclama servir; pero, insiste en enroscarse a mansalva en el ataúd de la burocracia. De ahí, evitemos poner en boca de todos nombres de maleantes, rufianes e incompetentes.

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