Constantino Fernández, lugar de añoranzas

Es una de las construcciones que data de mediados del siglo pasado.
IGLESIA. Es una de las construcciones que data de mediados del siglo pasado.

En la puerta de una casa de bareque de dos pisos está sentada, tiene un palito de escoba que utiliza como bastón, la pintura del lugar está desgastada, los buses pasan lento por afuera. Ella tiene el cabello blanco, lentes, una chaqueta a cuadros blanco y negro.

Julia Enriqueta Ballesteros Proaño es su nombre, cuando se le pregunta cuántos años tiene, le gusta poner a adivinar a las personas, pues su edad y su apariencia es algo que asombra a todos. Tiene 93 años, pero cuenta con una gran fortaleza, mucha alegría y recuerdos de su niñez y adolescencia.

A veces la historia no se encuentra con las autoridades o en los libros.

 Doña Julia Ballesteros es testigo viviente de los cambios y la tradición de Constantino Fernández.
PERSONAJE. Doña Julia Ballesteros es testigo viviente de los cambios y la tradición de Constantino Fernández.

Doña Julia es testigo viviente de los cambios y la tradición de Constantino Fernández, parroquia que se encuentra a 20 minutos del centro de Ambato y a donde se llega a través de la vía que inicia en Martínez.

“No había nada, solo teníamos un caminito para que pasen los burritos. Yo andaba juntando granitos donde cosechaban papas y cebada, después con el tiempo mi papá construyó la casita con techo de teja”, contó.

Julia habla de las haciendas y de los gamonales que en su juventud abusaban del poder que tenían, que iban en caballos por la parroquia y que en ocasiones maltrataban a las personas indígenas que se encontraban en el camino.

“Se daban de ricos, pisoteaban, garroteaban al pobre, pegaban, decían verdugos”, dijo.

Julio contó que todo era lleno de campo, “aquí se sembraba cebada, granos, choclos, papas”.

El comercio y religión

Los burros fueron uno de los animales que aportaron en la parroquia, doña Julia recuerda que ellos iban cargando los productos de la cosecha hasta el centro de Ambato, donde existían grandes terrenos en el sector de la plaza Primero de Mayo, aquí se los dejaba amarrados hasta que se termine la venta de lo que habían traído.

“Habían unos patios grandes, íbamos y encargábamos el burrito, en la plaza Colombia descargábamos los choclos o papás y nos quedábamos ahí hasta acabar de vender”, contó.

Julia fue testigo de la construcción de la iglesia, incluso recuerda que no había una imagen religiosa adentro y que con el tiempo trajeron a la Virgen de Guápulo.

“Mi papá dio una de las cruces que están en las torres y un señor de San José puso la otra, de a poco se fue levantando la iglesia”, comentó.

Barro para tejas

Ella recuerda al centro de la parroquia como un lugar desde donde se extraía barro para hacer tejas, hasta aquí llegaban personas de las otras comunidades para sacar esta materia prima y llevarse en burros para procesarla y luego vender las tejas a los vecinos del sector.

“En Pondoa estaban estos señores a los que les decían los patojos y trabajaban la teja, esta teja de mi casa fue hecha por ellos, todo esto de aquí era barro. Allá estaba la arena, de noche sabían irse llevando en los burros, una vez se murió un burro de mi papá y, al siguiente día habían ido cavando y botando al burro a un lado”, contó.

Julia vio el paso del tiempo en este lugar y cómo la carretera cambió hasta que entró uno de los primeros autos y se empedró la vía.

“Después llegó un señor de apellido Ramos, él hizo el alcantarillado, trajo el agua desde arriba, los ricos brincaron porque decían que se les bajó la cantidad de agua”, dijo Julia.

Las fiestas

Recuerda también las fiestas y su época mayor con el Corpus Christi, donde los capitanes, danzantes y soldados eran los personajes principales. “Por aquí también pasaban en los caballos montados para ir a Quisapincha, aquí también habían disfrazados”, comentó.

Algo que mantiene claro en su memoria es la carrera de cintas, donde participaban los habitantes de la parroquia que tenían caballo y eran buenos jinetes, aquí se ponían corbatas en argollas que luego se colgaban en cordeles, los participantes debían cabalgar a gran velocidad y en el trayecto tratar de introducir un palo en una de estas argollas.

Entre sus recuerdos están presentes los momentos de discriminación y maltratos que vivían los indígenas y mestizos pobres. “Algunos ricos pagaban del trabajo, otros decían ya te tragas, que quieres que te dé, cuando tenían la gana daban el sucre diario, tal vez por eso es que muchos salieron de aquí y hay algunos terrenos que están botados”, aseguró.

Testigo de los cambios

Doña Julia conoció a su esposo en Constantino Fernández, con él tuvo cinco hijos y varios nietos, con una sonrisa cuenta que ellos la quieren y que llegan a visitarla siempre. “Ya tengo cinco bisnietos, pero la hija del nieto que crié me adora, tiene 2 añitos”, mencionó.

Una de las cosas de las cuales está orgullosa es que aprendió a leer y escribir con un grupo de alfabetización hace algunos años. “Me gradué, poco a poco, yo lucho la vida, acá vivo sola, ya todos se casaron y tienen sus hogares, mis hijos estudiaron y cada uno está muy bien”, contó

Julia está muy orgullosa de su memoria y se acuerda el nombre de algunos de los primeros tenientes políticos de la parroquia y del primer profesor que fue su tío.

Ella ha sido una testigo de los cambios de la parroquia, pues una de sus actividades era la venta de comida los domingos y en las fiestas, incluso recuerda que vendió fritada el día de la inauguración del cementerio hace aproximadamente 60 años.

“El transporte, por ejemplo, solo había en tres turnos, a las siete, una, cuatro o cinco de la tarde, por ejemplo, cuando venía cargado al guagua y las compras tocaba subir a pie porque me dejaban en la curva de abajo”, contó.

La vecindad 

Los abuelos y padres de Nancy Núñez también nacieron en la parroquia. Para ella Constantino Fernández es solidaridad entre vecinos.
TRADICIÓN. Los abuelos y padres de Nancy Núñez también nacieron en la parroquia. Para ella Constantino Fernández es solidaridad entre vecinos.

Nancy Núñez tiene 54 años, sus abuelos y padres también nacieron en la parroquia, ella destaca a la solidaridad y amor entre vecinos como las mayores virtudes de Constantino Fernández.

Por un tiempo decidió irse a vivir en el centro de la ciudad, pero la calma y tranquilidad la trajeron de nuevo a la parroquia. “Regresé por mis papás que estaban solos, pero lo lindo de acá es la tranquilidad, el ambiente puro”, contó.

Entre sus recuerdos de la niñez guarda las tardes con los vecinos en la huerta, el saltar la pared para pasarse a la casa de doña Julia y compartir con sus hijos.

Uno de sus juegos de aquellos tiempos era el que se hacía con frijoles dentro de un circulo dibujado en el piso, aquí se debían tratar de sacar los que tenían diferentes colores con un pedazo de caucho que era de la parte de algún zapato que ya no se usaba.

“La parroquia es una de las más antiguas y está atrasada, yo quisiera que sea turística, tiene todo para visitar y disfrutar”, comentó.

Doña Nancy aquí instaló su restaurante, pues cuenta que decidió creer en el potencial turístico de la parroquia, ella vende comida típica como llapingachos, caldo de pata, atiende de lunes a domingo en el centro de la parroquia, diagonal a la iglesia.

Mientras que Gladis Valle llegó a la parroquia hace 27 años y decidió quedarse por el campo y la tranquilidad del lugar, ahora es parte de la Juanta Parroquial. “La tranquilidad, el respirar aire puro, tenemos todo, somos bendecidos de vivir aquí”, comentó.

Constantino Fernández crece gracias al trabajo de su gente. “La parroquia es productiva, tenemos fresa, mora, tenemos las antenas del Pilisurco que tiene una vista espectacular y que se está trabajando para que sea un proyecto turístico”, asegura.

Historia

La parroquia fue creada el 28 de julio de 1938, este territorio antes era denominado como Cullitahua, según Gerardo Nicola López, esta palabra viene del vocablo quichua cushi que significa alegre, contento, regocijado y el quechua peruano tahua que significa cuatro, también se dice que respecto a la raíz de la palabra cushi podría tener su significado en el cayapa que significa rayo.

Según las investigaciones de Nicola López, el 18 de marzo de 1935 se recibió en el consejo una solicitud de los moradores de Cullitahua para que se los eleve a parroquia civil, al mismo tiempo se recibió un oficio de los pobladores de Atocha que se oponen a esto.

Los moradores de Cullitahua se comprometieron a pagar los gastos que demanden las expropiaciones de terrenos para abrir carreteras y crear la plaza central.

El consejo de la época decidió aceptar el pedido de Cullitahua y desestimar el reclamo de los moradores de Atocha, pues no les afectaría.