Un poncho de lana que se teje con tradición en Tungurahua

Un poncho de lana que se teje con tradición
ALGARABÍA. En las fiestas es común verles usando este tipo de vestimenta.

Una labor sacrificada se niega a desaparecer de las manos de Pedro Benalcázar, el último confeccionista.


TUNGURAHUA, LA HORA

Montado en su caballo, con todos los implementos que un chagra posee, René Gavilánez manifiesta sentirse acongojado porque uno de los principales atuendos que le caracterizan, su poncho inseparable en las labores del páramo, está envejeciendo.


Sin embargo, su preocupación no es por eso, sino por saber que en todo el territorio de Tisaleo, Quero y Mocha (Tungurahua) solo queda un confeccionista de estos reconocidos atuendos de lana de borrego.


“Esos ‘abrigos’ son únicos, brindan calor como nada en este mundo”, afirma, mientras brinda información de dónde encontrar a la última persona de Santiago de Quero que teje de forma artesanal este atuendo.

Lugar


En uno de los barrios centrales se encuentra una casa humilde, modesta de bloque y teja; cuyo propietario madruga desde las 06:00 a labrar la tierra hasta las 14:00, cuando luego de haber almorzado se sienta frente a un antiguo telar de cintura para disfrutar de su más grande pasión, el tejido del poncho.


Don Pedrito Benalcázar, artesano de 84 años, quien ha dedicado su vida entera a este arte de brindar calor a través de esta singular actividad, afirma que esta ropa de vestir tiene un significado especial. “Es la prenda inseparable del chagra, sirve para deslumbrar a las guambras, pasear por los páramos, afrontar los fuertes fríos, torear al ganado y hasta para cubrir las pobrezas” manifiesta.

Un poncho de lana que se teje con tradición
LABOR. El poncho de lana cobija la cultura de los páramos andinos a través de la Historia.

¿Cómo se confecciona?


Sus manos toscas, fuertes pero hábiles son su principal herramienta, comenta don Pedrito al demostrar cómo se realiza esta tarea, la cual empieza con la compra del hilo de lana de borrego, eso sí tiene que ser lana ‘fina, de borrego fino’, menciona, para después lavarla.


Ya con este material inicia la ardua labor torciendo el hilo con un sigse, para luego enmadejar y preparar para tinturar, dando el color que el cliente pida. Para esto se cocinan las pepas del árbol de nogal y, dependiendo de la tonalidad o intensidad del color que se quiera para el poncho, se cocina este preparado; por ejemplo, para sacar el color beige se deja un corto tiempo, pero si se quiere un tono colorado o café obscuro, se deja por mucho más tiempo y así hasta llegar a negro o azul.


Luego, con toda la lana teñida y secada, se pasa a la urdida que no es otra cosa que disponer del conjunto de hilos de forma paralela para formar una tela a través del telar, el cual está compuesto básicamente de piezas de madera, donde sobresalen el cargador, envolvedores y pasadores.


Don Pedro, acomodado en un asiento de madera, hábilmente va dando forma al poncho mientras comenta que para todo este proceso se necesita alrededor de dos días de trabajo fuerte con la ayuda de su esposa.

Un poncho de lana que se teje con tradición
PERSONAJE. Pedro Benalcázar enseña el esfuerzo de su trabajo.

Origen del atuendo


El poncho viene de épocas prehispánicas y no es una prenda ni española, ni indígena, es netamente mestiza, según estudios arqueológicos. Hay teorías que indican que es una derivación del ‘unca’ incaico, una especie de chaleco sin mangas con abertura central que se habría ampliado a túnica para permitir resguardo al andar.


Para Juan Vargas, morador de Quero, desde hace mucho tiempo el tejido de ponchos y cobijas de lana ha sido una especialidad de artesanos quereños que hasta los años 50 ‘producían alrededor de mil cobijas y ponchos semanales. “En realidad es una pena el saber que esta tradición se quedará hasta ahí con don Pedrito, el artesano de 84 años”, manifiesta.

El dato
Cada poncho cuesta de 60 a 80 dólares

Las nuevas generaciones


Con mucha nostalgia, doña Delfina Grijalva, esposa de Pedro Benalcázar, artesano de 84 años, manifiesta que nadie ha querido heredar este trabajo, pues las nuevas generaciones prefieren prepararse académicamente, así lo demuestran sus propios hijos, afirma.


“Quero era la tierra de las cobijas, los ponchos y los utensilios de madera, no en vano nos decían ‘los cuchareros’”, comenta, mientras ‘percha’ el poncho de uno de los clientes para que lo use en el próximo desfile del chagra que se realizará en el cantón.